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Aviso finlandés

La solidaridad va dejando de ser la palabra mágica del europeísmo para convertirse en un elemento perturbador

Día 19/04/2011

EN España, donde tienden a crecernos los enanos, gozamos todavía del privilegio político de no sentir la amenaza alborotadora de una extrema derecha como la que en otros países europeos, en Francia con especial virulencia, calienta el fuego xenofóbico al tiempo que, como suele ocurrir con los extremos, descompensa y altera el orden establecido. Es raro que así sea porque camino de los cinco millones de parados y con otros tantos inmigrantes instalados entre nosotros se produce el caldo de cultivo ideal para el florecimiento de tan indeseable enfermedad social. Por eso tienden a soliviantarnos resultados electorales como los que acaban de producirse en Finlandia. El partido que se autoproclama como Verdaderos Finlandeses, con clara intención excluyente de los «falsos», ha dado un salto representativo verdaderamente singular. Ha pasado de ocupar cinco escaños en el Parlamento a instalar en él a 39 diputados electos. Su líder Timo Soini, tan populista como euroexceptico, es hoy el centro de la atención política nacional.

Las Cartas Finlandesas, de Ángel Ganivet, que con la lectura de Sinuhé, el egipcio, la gran novela del finés Mika Waltari, colman la cultura sobre el lugar de la mayoría de nosotros, pueden ayudarnos a entender lo que pasa. La Finlandia de Ganivet era, todavía, un condado ruso y Sinuhé sigue siendo un monumento de afán de superación y de ansia de libertad —¿por qué ya no es una novela frecuente entre los jóvenes?—; pero en la desconfianza del exterior —«el coloso ruso» de nuestro genial suicida— y en la autoafirmación personal y autonoma se sustenta el carácter de un pueblo que habita un territorio mayor que la mitad del español con una población menor que la de Madrid.

Finlandia es el país de la UE más reacio, al menos por los signos visibles, al «rescate» de Portugal. Allí se cuaja una nueva xenofobia que atiende más a razones económicas y agravios comparativos que a las tradicionales de cultura y color de la piel. Es un fenómeno que conviene observar porque anticipa otros equivalentes y de mayor cuantía según se vaya implantando un nuevo tiempo que, inexorablemente, adelgazará el Estado de bienestar que, junto con otras razones coyunturales, ha provocado la crisis sin retorno, y sin líderes capaces de propiciarlo, en el que nos han sumido las circunstancias. Desde el círculo polar ártico y sus inmediaciones, con noches laponas de cincuenta días, es difícil entender la alegría solar del Algarbe, pongamos por caso. La solidaridad va dejando de ser la palabra mágica del europeísmo para convertirse en un elemento perturbador. Los pobres aprendemos despacio.

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