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Para competir, ciencia y tecnología

JUAN VELARDE FUERTES

¿Cómo se ha provocado, desde el siglo XIX a hoy, cualquier tipo de desarrollo económico español? Sencillamente, jugando con una circunstancia típica de nuestra economía. Porque la española ha dependido siempre, para su expansión, de la ampliación del mercado exterior, bien a través de exportaciones, bien a través de la llegada de flujos importantes de capitales foráneos. Pero, en la expansión muy fuerte, entre 2004 y 2007, ese aporte exterior, sin el que es imposible un fuerte crecimiento, se concretó en una llegada de préstamos a corto plazo, tal como había sucedido tras nuestro ingreso en el SME, a partir de 1989. El riesgo de este procedimiento es que el coste de estos créditos, o las exigencias de su devolución, pueden ser prohibitivos para nuestro desarrollo. Esto último se probó tras la afluencia de capitales foráneos a corto plazo desde 1992 a 1996, atraídos por unos muy altos tipos de interés que, por ello, frenaron nuestra actividad económica con fuerza. Ahora esto último se repitió. Se aprovecharon las ventajas derivadas de encontrarnos en el área del euro y que, aparentemente, gracias al crecimiento engendrado por la llegada de fondos a corto plazo exteriores, la economía progresaba, con lo que las instituciones crediticias mostraban un aspecto espléndido en sus cuentas de resultados cuando acudían al interbancario. Pero esa financiación exterior no se dirigió hacia empresas competitivas, capaces de devolver, con sus exportaciones, lo que se había demandado más allá de nuestras fronteras, sino que se reguló nuestra economía de modo tal que cada vez se convertía en menos competitiva, a causa de las medidas adoptadas en el sector energético, en el mercado laboral, en la regulación del Estado del Bienestar, en la política autonómica, en las herencias institucionales, en el abandono de una política educativa seria, y en el ambiente social hacia la ciencia y la investigación.

En relación con esto último, creo que una muestra la da el impacto mediático concedido al doctorado «honoris causa» otorgado a Vicente del Bosque por parte de la universidad de Castilla-La Mancha y el silencio que existió sobre otro doctorado «honoris causa», simultáneo, el otorgado por la UNED a dos científicos con proyección importantísima internacional, como son Margarita Salas y Santiago Grisolía quienes, además, han aportado valiosas contribuciones para la mejora económica y social de los españoles.

Por eso se debe destacar algo que José Ángel Sánchez-Asiaín señala en su espléndida contribución, «La cultura de la competitividad» en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (www.racmyp.es). Sencillamente, que Robert Solow, Premio Nobel de Economía, demostró que «las 4/5 partes del crecimiento económico de EE.UU., en la primera mitad del siglo XX, fue debido al “cambio tecnológico”, es decir, al uso del conocimiento». Pero he aquí que Cotec acaba de observar, a través de 57 indicadores en los que se compara a los jóvenes españoles con los europeos «según sus aptitudes, sus comportamientos y su formación respecto a variables que tienen que ver con la competitividad», que en la Europa de los quince, España ocupa el puesto duodécimo. La conclusión nos debe hacer meditar: «La actual cultura de los jóvenes españoles no es la más apropiada para impulsar un modelo económico más innovador y más competitivo, que es lo que necesitamos con urgencia».

En esta glosa obligada, debe señalarse lo que concluye Sánchez-Asiaín como colofón de su ensayo: el ser «muy rupturistas». Porque la amenaza está ahí, en esta frase de Gordon Brown, de que a los españoles les «toca pasar por un ajuste en los próximos diez años». Pero para salir de esta peligrosa realidad actual, no debe dejarse a un lado algo que enlaza a la perfección con su postura. Elena Huergo y Francisco J. Velázquez señalan en su valioso artículo «La opinión pública ante la innovación: un análisis del barómetro del CIS», en «Papeles de Economía Española», nº 127 de 2011. que «los votantes de izquierdas muestran un mayor interés por la ciencia y la tecnología que los de centro, siendo el resultado el contrario para los votantes de derechas», por lo que se ponen «de manifiesto las dificultades de los gobiernos para lograr el consenso político en este tema». De ahí que se deduzca que, «dado que existe una evidencia importante sobre la relevancia de la I+D para el crecimiento futuro de los países, la mejora de la formación y la información sobre ciencia y tecnología podía ser uno de los elementos que facilitaría un apoyo a la I+D más decidido. Para ello, es imprescindible una política de formación que dará sus frutos en el largo plazo». Como le dijo Keynes en carta a Lluc Beltrán el 29 de noviembre de 1934, «lleva algunos años, tanto a la opinión pública como a la académica, acostumbrarse a un nuevo enfoque». Por eso, cuando éste de la ciencia y tecnología es tan esencial, conviene insistir en él desde ahora mismo.

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