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La suerte de los peores
En «Valkiria», Tom Cruise interpreta magistralmente al coronel Stauffenberg

Nunca mejor enmarcado quedaría ese refrán que dice que «la suerte de unos pocos es la desgracia de muchos». Esa suerte guardó las espaldas de Adolf Hitler (él la llamaba «providencia») de cerca de cuarenta intentonas para acabar con su vida en el transcurso del mandato del Führer al frente del III Reich. Planes que de haber llegado a buen fin hubieran impedido que millones de vidas se perdieran, especialmente en el tramo final de la II Segunda Guerra Mundial. Algunos de esos intentos fracasaron por lo chapucero de su concepción. Otros, como los ideados por los servicios secretos británicos, fueron abortados al comprobar los errores tácticos del Ejército alemán, en especial en los estertores de la contienda y tras la derrota en Stalingrado, lo que llevó a descartar dichas acciones, en vista de que estaba claro que el régimen caería por sí mismo. Otros más fallaron, sencillamente, casi sin explicación. Como el que llevó a cabo el general de la Wermacht Henning von Tresckow, quien logró introducir en el avión Cóndor del Führer una bomba barométrica que no llegó a estallar debido al frío de las alturas.
En este punto es donde nace «Valkiria», una película de impecable factura ambiental e histórica dirigida por Bryan Singer (Nueva York, 1965), que supuso la primera irrupción en el género del hasta entonces realizador de filmes con superhéroes como protagonistas, como la fracasada «Superman Returns» o algunas de la exitosa saga de «X-Men». Singer consiguió crear una trama perfectamente encajada sobre una historia real de las que hace que el espectador se pregunte, metahistóricamente, «¿qué habría ocurrido sí…?»
Fue Tresckow (Kenneth Branagh, en la película) quien, impasible al desaliento, logró convencer a un aristócrata bávaro, el coronel conde Claus von Stauffenberg, interpretado magistralmente por Tom Cruise en uno de los mejores papeles de su carrera, de que las acciones contra Hitler no debían acabar, para que el mundo supiera que «no todos los alemanes éramos Hitler». Stauffenberg, crítico con la política, tanto militar como civil de Berlín —por lo que fue enviado en castigo al África Korps y donde resultó gravemente herido perdiendo una mano y un ojo—, accedió a llevar a cabo la «Operación Valkiria», una modificación de un plan del propio Hitler para movilizar al poderoso Ejército de Reserva en caso de conspiración o golpe de Estado. Stauffenberg consiguió su objetivo: hacer detonar una bomba oculta en un maletín en la sala de mapas de la mismísima «Boca del Lobo», el centro de operaciones de Hitler, con el líder nazi a menos de dos metros. La bomba estalló, pero el Führer salió prácticamente ileso. Stauffenberg, que presenció la explosión, pensó (o más bien creyó) que Hitler había muerto.
Lo más curioso es que el espectador, a pesar de conocer el desenlace, llega también a creerlo. Sin duda, Singer consiguió crear una atmósfera de una potencia visual sobrecogedora, vistiéndola con una línea narrativa magistral —algo muy difícil de conseguir cuando es la misma Historia en estado puro la que dicta las conclusiones—, más a sabiendas que de antemano el plan fracasaría. Tanto el desarrollo lineal como el estudio de los personajes y de sus caracterizaciones está tan logrado que, más que el fin, lo que cuenta es el medio. El dictador nazi, por uno de esos golpes de fortuna que unos pocos tienen, salió indemne. No le duró mucho.
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