El factor Sonsoles
A la mujer de Zapatero nunca le gustó La Moncloa, y se sentía «enjaulada» en la «sartén hirviendo» en que para ella se había convertido Madrid
A las diez y media de la mañana de ayer, comenzó a abrirse la puerta de esa jaula en la que Sonsoles Espinosa (Avila 1961), la mujer de Zapatero, había reconocido que vivía, desde que su marido fue elegido presidente. Si había ayer alguien feliz en el entorno de Zapatero, era ella. Ya no más escapadas a los bulevares de París buscando intimidad, ya no más huidas a León para tomar café con sus íntimos y alejarse de esa «sartén hirviendo», en la que para ella se había convertido Madrid.
Para Sonsoles, a partir de ayer comenzó la libertad, esa que siempre había buscado en su constante huida de cualquier protagonismo político y que solo encontró en la música. Cantando en el coro, desvelaba la diseñadora Elena Benaroch en un reportaje sobre la enigmática personalidad de la mujer del presidente, podía «viajar de forma anónima por el mundo». Esa vida alejada de los focos tuvo ayer su recompensa en las palabras del propio Zapatero que, como si quisiera saldar públicamente una deuda moral con su mujer e hijas (de 16 y 18 años), reconoció que su marcha también es «lo más conveniente» para su «propia familia». Seguro que la mujer a la que nunca le gustó la Moncloa, «ni le interesó», respiró tranquila. Desde que se conocieron en 1981 en la Facultad de Derecho de Valladolid, en la que ambos estudiaban, estos años han sido los más duros.
Sonsoles ha podido ser el factor determinante para que Zapatero dijera adiós. Ocho años en el escaparate político son muchos, quizás demasiados, cuando se han vivido episodios tan duros como la polémica que generó las fotos de sus hijas junto a Obama. Aquella imagen fue el principio del fin, el ¡Basta ya! de una mujer que, por encima de todo, siempre quiso mantener «enjaulada» su intimidad.
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