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ABC Cultural

Reconstruyendo el muro

«The wall», el disco grabado hace más de 30 años, fue anoche reconstruido con precisión milimétrica por Roger Waters

Reconstruyendo el muro ÁNGEL DE ANTONIO

IGNACIO SERRANO

Hay ladrillos que construyen, ladrillos que matan, ladrillos que corrompen y ladrillos que son objeto de culto. Los que ayer protagonizaron la velada en el Palacio de Deportes de Madrid son de la última clase, pequeñas piezas que edificaron un disco ciclópeo llamado «The Wall», grabado hace más de 30 años y reconstruido anoche con precision milimétrica por su principal diseñador.

Quién iba a decir que un escupitajo, secreción abundante en el punk que en parte emergió como antítesis del rock sinfónico, sería el origen de esta obra maestra. Roger Waters lanzó uno cargado de odio contra un fan insolente durante un concierto de la gira de «Animals» (1977), y el arrepentimiento posterior causó tal chisporrotazo en su conciencia que vislumbró un elemento escenográfico que le serviría para evidenciar su sensación de alienación al tocar frente a las masas. Un muro, símbolo de la inmensa distancia entre público y artista, de la incomunicación inherente a su relación. En lugar de rebelarse ingenua e inútilmente contra esa imposición, Waters la constató de forma creativa. Así llegó la idea de los ladrillos, esos paralelepípedos rectangulares que cosificarían sus angustias, sus miedos, traumas y complejos, algunos muy personales, otros extensibles a cualquier ser humano, que le servirían para levantar un muro en forma de cuerpo conceptual cargado de diatriba emocional y política que, más que la letra de un disco, se erigiría como un manifiesto trascendental. Lo nunca visto en la música popular. No podía tener, por tanto, cualquier presentación sobre el escenario. Tenía que ser un despliegue visual histórico, epatante.

Tres décadas después lo sigue siendo, pero lo que en realidad emocionó a las 16.ooo personas —algunas se quedaron fuera, hubo docenas de falsificaciones de entradas— que abarrotaron el recinto fue la música. Sí, en cuanto ella habló se erizó el vello. «In the flesh», tema que ha inaugurado miles, millones de solitarias e instrospectivas escuchas de «The Wall» en otras tantas habitaciones de adolescente durante estos treinta años, se metió bajo la epidermis mientras Waters, con una actitud más espontánea que solemne, se calzaba la gabardina de cuero del dictador creado en su imaginario. Enseguida saltaron los fuegos artificiales e incluso el mítico avión de combate, y comenzaron los compases de «Another brick in the wall», coreada y seguida por el movimiento brazos de forma impresionante, aunque quizá no tanto como cabría esperar, tratándose del himno rockero-castrense por excelencia. Y es que Waters y su banda estaban rubricando una recreación perfecta, que quizá hizo que alguno quedase más estupefacto de la cuenta. Ya fuese bajo un solitario foco o en medio del berenjenal logístico, el bajista de Pink Floyd estaba encandilando al público sin remedio.

«Back to the wall» y «Young Last» sonaron tremendas, mientras el muro se completó a espaldas de la banda. El segundo acto del show fue, no obstante, mejor aún, con «Comfortably Numb» y «Run like hell» cayendo sobre los fans como bombas de racimo de emociones, guiándoles hacia la conexión total con Waters. Y es que con el buen rock, no hay muros que valgan.

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