HOJAS DE ANTAÑO
Larga vida a San Borondón
El Tratado de Alcaçovas-Toledo especificaba que esta isla pertenecía al archipiélago canario
ERA la octava isla canaria. Su leyenda, cual bizcocho en el horno, se fue ensanchando a lo largo de los siglos. Algunos llegaron a asegurar que la arena de sus playas estaba mezclada con diminutos granos de oro puro, que las piedras preciosas brillaban por encima de los rayos del sol.
Antiguamente existía la creencia de que en el abismo del Atlántico se encontraban unas islas llamadas «de los bienaventurados». Los más grandes escribieron sobre ello: Herodoto, Hesiodo, Estrabón, Plauto, o el «atlante» Platón. Los cartógrafos medievales, convencidos de su existencia, dibujaron en los mapas, hasta hace poco más de dos siglos, islas fantásticas en el seductor tapete del Atlántico: Brazil, Stanasio o Antillia. Entre ellas, «San Brendán» ocupaba un lugar predilecto en el Archipiélago. San Brandán de Clonfert fue un santo de la primera época del cristianismo en Irlanda. Es un personaje que, desde tiempos remotos, ha estado vinculado a Canarias debido a la posible presencia en el Archipiélago de unos monjes llamados Brandano y Maclovio. Parece que Brandán fue un hombre intrépido y valiente dispuesto a enfrentarse a lo peor que pudiera surgir en su camino, y a no claudicar hasta encontrar alguna isla fantástica que le abriera las puertas del paraíso. No en vano, Jorge Sorgel de la Rosa, hablándonos del intrépido monje, nos dice que «entre estas obras destaca la gran odisea que llevó a este santo a navegar siete años por el atlántico».
El mito fue acogido con entusiasmo en Canarias y su nombre se adaptó a la idiosincrasia isleña: había nacido la isla de San Borondón.
El Tratado de Alcaçovas-Toledo de finales del siglo XV, en el que castellanos y portugueses, en una partida de Risk, se repartieron el dominio del Atlántico, especificaba claramente que la isla de San Borondón, aún por ganar, pertenecía al archipiélago canario.
En pleno siglo XVI, el ingeniero Leonardo Torriani dibujó un plano de la isla. Y en esta misma centuria tuvo lugar la primera expedición oficial a cargo de dos marineros grancanarios. Desde entonces, la isla ha sido vista en numerosas ocasiones.
En 1570, Pedro Vello, un piloto portugués, cuenta que, en cierto momento, encontrándose a la altura de Canarias, empujado por vientos y virazones, tuvo que torcer el rumbo para buscar refugio. En esa maniobra topó con San Borondón. Desembarcó Vello en una playa junto a dos de sus tripulantes. A la caída del sol, se levantó un viento huracanado que hizo al piloto retirarse de la isla. Allí quedaron para siempre sus dos marineros.
La última de las expediciones oficiales, en fin, fue la que el capitán general de las Islas Canarias, Juan de Mur y Aguirre, en 1721, encargó al piloto Gaspar Domínguez, esta vez sin conseguir avistar a la Isla Sirena.
El 1 de septiembre de 1953 podía leerse el siguiente titular en el periódico ABC: «Ha sido vista otra vez la misteriosa “Isla Sirena”, al noroeste de la de Hierro». Y en el mismo artículo: «La historia cuenta que son pocas las veces que la isla de San Borondón ha sido vista, siempre ha desaparecido bajo las nubes, y ahora la tradición no se ha roto».
Cinco años después, este mismo periódico, en un reportaje a dos páginas con foto incluida, titula: «La Isla errante de San Borondón ha sido fotografiada por primera vez».
Hace pocos días, en un vuelo reciente de La Palma a Tenerife, mi compañera de viaje, a vista de pájaro, reconoció un islote extraño, diferente. Algunos pasajeros creyeron avistar Lanzarote, otros hablaban de Madeira. No faltó quien, con cierta precaución, afirmó que ante sus ojos se encontraba la mágica isla-sirena, la Fugaz, San Borondón.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete