Toros de artificio
Castella cortó la única oreja con una lamentable corrida de Las Ramblas en el día grande de Fallas

La noche anterior, en la «nit del foc», presenciamos el espectáculo maravilloso de un castillo de fuegos de artificio. Esta tarde, en la Plaza, nos aburre y enfada el espectáculo deprimente de los toros de artificio. La expresión no es mía, sino de don Gregorio Corrochano, el 20 de marzo de 1934. Elogia a Domingo Ortega, en una corrida de Villamarta: «A toro de casta, torero de casta». En contraste, censura los «muñecos de falla taurina» y los «toros de artificio». Igual sería decir toros de cartón piedra, de corcho, de poliestireno... Los que hoy hemos visto en la Plaza de Valencia.
La corrida de Las Ramblas ha resultado decepcionante por todos los conceptos: salvo el segundo, todos acaban de cumplir los cuatro años reglamentarios, son los que Marcial Lalanda llamaba «novillos adelantados»; van en escalera, con 90 kilos de diferencia del cuarto al sobrero; pobremente presentados, varios son pitados desde que aparecen en el ruedo. Lo peor es su comportamiento, durante la lidia: flojísimos, sin casta, sin emoción... Salvo el sexto, el único «garbanzo blanco» de la corrida, que se ha dejado torear y ha permitido que Castella le cortara una oreja generosa, todos han determinado un espectáculo tedioso, lamentable, en el día grande de la Feria.
Abre cartel Juan Mora , «resucitado» por su gran faena de Madrid. Su primero, levantado, astifino, se queda corto, muestra algo de genio y engancha las telas varias veces. Apunta el diestro pinceladas de buen estilo en verónicas y delantales. Se dobla con torería, esboza derechazos, pero no logra vencer las dificultades. Todo se queda en pinceladas sueltas.
En el cuarto, compone la figura con solemnidad y suelta bien los brazos en las verónicas, pero el toro se cae, desde el primer puyazo, y vuelve a hacerlo en los muletazos de tanteo. Muestra Mora su compostura, sin emoción alguna, ante un mulo que da cabezazos y lo desarma. Digno de elogio es que lleva —caso único, en estos tiempos— la espada de verdad. Otra cuestión es si su gusto por torear relajado, desmayando los lances, es el mejor camino para dominar a los toros con problemas.
No es habitual que lidie Ponce en segundo lugar. Es el único diestro que repite actuación en estas Fallas y no tuvo suerte en la corrida inicial, con un hierro que parecía de tantas garantías como el de Victoriano del Río. Esta tarde, a pesar de su voluntad, vuelve a tropezar con los toros elegidos.
Su primero es suelto, corretón, muestra poco celo en varas, hace hilo y pone en peligro a los banderilleros. Enrique busca el terreno adecuado y lo sujeta con la facilidad que es marca de la casa. Luego, aprovecha al máximo las escasas posibilidades que ofrece: derechazos mandones, muy lentos, y un cambio de mano primoroso.Esta vez nos sorprende al lograr una estocada impecable pero el toro se amorcilla y la emoción se diluye.
El quinto, recibido con pitos, también flojea: se cae en las verónicas y en la primera vara. Lleva el diestro toda la lidia, lo cuida, lo coloca para banderillas, le da pausas. Con dos pases de tirón, ya lo pone en el centro para citarlo con la derecha. Vuelve a mostrarse fácil, elegante, pero falta toro: no humilla, se para por completo. El personal se impacienta, surge esa división de opiniones que, en las tardes aburridas, ha acompañado siempre a las grandes figuras.
El flojísimo tercero es devuelto y lo sustituye un sobrero de la misma ganadería, poco trapío e idéntica condición. Lo cita Castella desde el estribo y el toro se va al suelo; luego, se le queda debajo y engancha la muleta. No tiene codicia, ni fuerza, ni nada. «Res de res», dictaminan, en valenciano, detrás de mí.
Le toca el premio del sexto, el único que embiste de lejos, con nobleza. El banderillero Ambel pone dos grandes pares y recibe una fuerte ovación. La gente, aburrida, está deseando que pase algo. Castella, muy firme, aprovecha la ocasión y se lleva todos los aplausos guardados, esta tarde, con su estilo de quietud, valor y emoción. Levanta un clamor su habitual muletazo cambiado, en el centro del ruedo, y se muestra firme, pero baja en el toreo fundamental. Vuelve a calentar al público con los circulares invertidos. Mata mal pero corta una oreja benévola: insuficiente alegría para una tarde desastrosa.
El cuarto toro se llamaba «Escaso»: eso ha sido toda la corrida. Si los toros no tienen casta, fuerza y emoción, todo resulta escaso.
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