Enaiatollah Akbari: «Llegué a Grecia sobre un flotador de playa; a un chico lo tragó el mar»
El niño afgano que huyó de los talibanes rememora su odisea
- La vida de Enaiat no es de ficción, sino de resistir y no ceder ante el caos.
-Fabio: Completamente. Todo lo que relatamos en el libro [«En el mar hay cocodrilos»] sucedió de verdad.
-¿Se considera un héroe?
-Enaiat: Absolutamente no. Sé que soy afortunado, pero hay muchas personas que son más héroes, que siguen viviendo en la calle.
-¿Y un símbolo?
-Enaiat: Podría ser el símbolo de no perder la esperanza, de que algún día llegará un futuro mejor, que hay que ganárselo a través de las dificultades.
-¿Con qué edad le sacó su madre de Afganistán?
-Enaiat: Con diez años, para huir de los talibanes.
-¿Los talibanes son peores que los cocodrilos?
-Fabio: Son los cocodrilos que todo lo devoran.
-Con el tiempo entendió los motivos de su madre.
-Enaiat: Una vez en Pakistán, ella decide que saberme en peligro lejos de ella, pero de viaje hacia un futuro diferente, era mejor que saberme en peligro cerca de ella, pero en el fango del miedo siempre.
-¿Cómo describiría el desgarro de la madre al verse obligada a dejar a su hijo en Pakistán?
-Fabio: Le hace un dibujo y allí le escribe su código moral y ético: «Hijo mío, ¡no robes, no times, no mates nunca!»; pero jamás le dijo que le dejaría solo. -Después de tres años en Irán, Enaiat viaja a Turquía, junto a un grupo de emigrantes ilegales.
-Enaiat: Había quien se quedaba congelado en las montañas, quien moría a manos de los policías de la frontera, quien se ahogaba en el mar. Un día nos encontramos a un grupo de personas sentadas. Estaban sentadas para siempre. Estaban congeladas para siempre. Estaban muertas para siempre.
-A Estambul llega Enaiat como un contorsionista, encogido sobre sí mismo en el doble fondo de un camión desvencijado. Pero la vida allí es difícil y marcha hacia Atenas en vísperas de los Juegos Olímpicos. ¿Cómo fue esa epopeya griega?
- Fabio: Pésima. Millares de personas, incluso niños, tienen que viajar miles y miles de kilómetros en condiciones malísimas, en peligro de muerte, cruzando montañas, o con la amenaza de ahogarse en el mar. Cuando Enaiat viajó de Turquía a Grecia tuvo que hacerlo en un pequeño flotador con cuatro amigos. Niños afganos que no saben nadar.
-Enaiat tiene en 2004 casi 15 años. Es el mayor. El capitán de esa terrible tragedia/travesía. Reman todos en la misma dirección y aquel flotador empieza a dar vueltas sobre sí. Arrecia el drama.
-Enaiat: Llegué a Grecia sobre un flotador como los que usan los niños en la playa, muy pequeñito. En 6 o 7 horas. Un chico cayó al mar. Lo perdimos.
-¿Cómo sobrevivía, resistía, se alimentaba?
-Fabio: Con resiliencia, que es la capacidad de doblarse sin romperse. Los niños sobreviven inventándose maneras de no perder la esperanza, algo que los adultos hemos perdido.
-¿Quién le ayudaba a traspasar fronteras?
-Fabio: Los traficantes de hombres. Aunque parezca monstruoso a nuestros ojos, a los ojos de un niño eran la única esperanza. Traficantes que no les cobran demasiado dinero, no les tratan mal y los llevan al otro lado. Sí, un oxímoron.
-¿Cómo pagaban a esos traficantes de almas?
-Enaiat: Con dinero ahorrado, o pidiéndolo prestado. Trabajé de albañil y de obrero en una fábrica de tela. Dormía y comía en un rincón donde trabajaba: era todo en negro y no podíamos alquilar nada.
-Desemboca en Italia. Se encuentra con una pareja de ciclistas y practica el esperanto.
-Enaiat: Uno era francés, y le dije: ¡Zidane! Al otro, brasileño, ¡Ronaldinho!. Cuando les dije que venía de Afganistán me respondieron: ¡Taleban, taleban!
-En Italia le acoge una familia con dos niños y tres perros, su animal favorito. Es feliz.
-Enaiat: Nos entendemos. La amabilidad se transmite con el ejemplo. Estudio. La vida sin escuela es como la ceniza. Al cabo de ocho años hablo por teléfono con mi madre. Los dos teníamos un nudo en la garganta. Solo nos salían lágrimas y sollozos.
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