Josefina Aldecoa: la fuerza de un destino

En cuanto me he enterado de la muerte de Josefina Aldecoa he echado una mirada a un libro suyo que reposa en una mesa de mi despacho, está allí junto a otro libro de relatos de toros escrita por Fernando Muñones, «La gran temporada». Es un libro de cuentos, se titula «A ninguna parte» y fue publicado por Ediciones Arión en 1961. Ella firma allí como Josefina Rodríguez (se llamaba Josefina Rodríguez Álvarez) y tuvieron que pasar aún algunos años, en concreto hasta 1969, año en que enviudó de Ignacio Aldecoa, para que se transmutase en Josefina R. Aldecoa y llegar así, con ese nombre con el que la conocimos todos, hasta el día de hoy.

He citado este libro porque en cierta manera da la medida de lo que ha sido el carácter de esta mujer, discreto hasta parecer sorprendente , pero donde se ocultaba una valía no siempre reconocida por no ser vocera ni estridente. Cuando se habla de la generación del 50 , siempre se cita a Alfonso Sastre, a Rafael Sánchez Ferlosio, a Ignacio Aldecoa, a Jesús Fernández Santos... Eran todos ellos compañeros de Facultad de Josefina, pero la única mujer que descuella entre este grupo de hombres es Carmen Martín Gaite y nada más y ella llevó ese malentendido, el de ser «la viuda de…» con calmada elegancia.

Es hora, ya, de recordar su importancia en la creación de España. En su labor de traductora fue la primera persona que tradujo al español un cuento de Truman Capote para «Revista Española». Pero, sobre todo, por aquello a lo que dio más importancia en su vida: la educación. Fue una hija preclara de los principios de la Institución Libre de Enseñanza y por su Colegio Estilo pasaron muchos hijos de liberales españoles. Hora es, ya, de recordarlo en estos tiempos donde la educación hace aguas por todos lados, como si de una insidiosa metáfora se tratase.