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ABC Cultural

Cuando Alí besó la lona

El 8 de marzo de 1971, un gancho de izquierda de Joe Frazier acababa con la imbatibilidad de la leyenda

Cuando Alí besó la lona ABC

MANUEL DE LA FUENTE

Aquella velada en el Madison Square Garden, Clay no fue Clay. Tal vez fue el rebelde, el díscolo, Mohamed Alí, pero no fue el Cassius Clay que había sido leyenda del boxeo desde que en 1960, en los Juegos Olímpicos de Roma, se echase al cuello una medalla de oro por su triunfo en la categoría de los semipesados. No, esa noche, Cassius Clay besó la lona, mordió el polvo. Ni voló como una mariposa ni picó como una avispa, el lema que siguió como un catecismo pugilístico durante toda su carrera, hasta que su decisión de hacerse seguidor de la Nación del Islam y negarse a dejarse su negra piel en la junglas de Vietnam le llevó a pasar cuatro años apartado de las doce cuerdas. Aquella noche en el Madison neoyorquino, casi al filo de la medianoche, en el decimoquinto asalto, un cometa demoledor cruzó el ring hasta estrellarse en el rostro de Cassius Marcellus Clay. Jr. El misil llevaba grabado el nombre de su autor, Joe Frazier, un mocetón de Carolina del Sur, y voló en forma de terrorífico gancho de izquierda hasta impactar en la cara de un casi noqueado Clay.

Cassius no había llegado en forma. Cuatro años sin cruzar en serio los guantes son muchos años. Apenas había realizado un par de bolos preparatorios, y esta vez sus fanfarronadas no le valieron de nada. Tampoco las advertencias de su mamita: «Hijito, Frazier no es un don nadie». Y tanto que no, fue el púgil que consiguió que Alí perdiera su primer combate como profesional. Después, vendrían dos revanchas, y Clay volvió a ser la avispa certera que dio con los huesos de Joe en el suelo. Luego, vino la pelea legendaria en Kinshasa, frente a Foreman, en un combate que fue la apoteosis de la negritud y el nacimiento de aquel tipo que hizo del boxeo una caja registradora, Don King.

Ya nada sería igual. Clay había recuperado el título de los pesados, pero comenzaba su declive. A principios de los 80 se retiró, y poco después el párkinson le puso contra las cuerdas. Pero el mito no ha muerto, incluso en 1996 encendió el pebetero de los Juegos de Atlanta. Cassius volvía a llevar la antorcha.

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