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La revolución no puede con el machismo egipcio

Grupos de exaltados increpan a las mujeres que intentan manifestarse a favor de la igualdad de género

DANIEL IRIARTE

DANIEL IRIARTE

La revolución egipcia ha ayudado a superar algunos prejuicios religiosos y ciertas diferencias socioeconómicas, pero hay algo con lo que no ha podido: el machismo. Para hoy, Día Internacional de la Mujer , estaba convocada la “Marcha del Millón de Mujeres” en la Plaza de Tahrir . Apenas acudieron unos pocos centenares. Tal vez porque la mayoría intuía lo que se iban a encontrar.

“Cada uno hace la revolución por sus propios motivos. Para nosotras es un momento útil, para dirigir la atención hacia este tipo de cambios, hacia los roles sexuales”, explica D. E., monitoria deportiva. “No veo que la dictadura sea algo que ocurra solamente a nivel de gobierno, sino que sale del corazón de la sociedad. Si alguien es un dictador en casa, también va a serlo en la política ”, asegura.

D.E. sostiene un cartel en el que se lee: “Con la dictadura cae también la dictadura machista” . A su alrededor, una docena de mujeres, tanto con velo como sin él, algunas envueltas en la bandera egipcia. “Yo soy tu igual”, reza una de las pancartas que enarbolaba una joven estudiante con gafas. Pero eso es algo con lo que muchos hombres egipcios no están de acuerdo.

«La mujer está para parir y estar en casa»

“Míralas, ¡no son egipcias!”, dice un hombre de unos cuarenta años . Ciertamente, en la manifestación hay dos extranjeras, pero ambas, en cuanto se dan cuenta de la situación, abandonan el grupo. Un corro de hombres las rodea y empieza a decirles: “¿Qué hacéis aquí? La mujer está para parir y estar en casa” . Las dos extranjeras, que hablan árabe perfectamente –una de ellas está casada con un egipcio- comienzan a discutir con los hombres. Algunos justifican su postura con versos coránicos, pero para la mayoría no es ni siquiera una cuestión religiosa: “No entendéis que ésta es la cultura egipcia, que las cosas son así” , les aseguran.

Peor lo tienen las propias egipcias. Los hombres comienzan a increparlas, a gritarles. “Pero, ¿qué pedís? ¿Qué es lo que no os gusta?” , dicen. Uno se acerca a D.E. y le espeta: “Esto es lo que quieren los extranjeros. ¡Estáis debilitando nuestra revolución!” . Otro, un anciano, se coloca por detrás y empieza a corear: “¡Ahora no, ahora no!”. Un tercero levanta una pancarta que dice: “¿Dónde están las madres de los mártires? ¿Dónde están las campesinas egipcias?”. La acusación está clara: aquellas que reclaman su propia emancipación no son verdaderas egipcias .

Y no sólo los hombres piensan así. “Te manifiestas tú, que tienes coche y piso. Yo sólo tengo hijos”, escupe una chica de veintipocos años, cuyo aspecto delata que viene de un entorno tradicional. La multitud aplaude sus palabras. Poco a poco, los ánimos se van exaltando. Los hombres consiguen separar a las mujeres en pequeños grupos aislados, las rodean, las humillan, les impiden hablar. Algunas se marchan, llorando de impotencia. Otras, escoltadas por el ejército o por otros hombres, después de ser zarandeadas por la multitud. Mientras, la masa grita: “¡Fuera, fuera!”.

Ideas medievales muy arraigadas

“No sospechábamos esta rabia ante la idea de que la mujer pueda estar al mismo nivel que el hombre. Aquí todavía hay mucha gente que tiene ideas medievales muy arraigadas”, relata D.E. “Los varones egipcios tienen la idea de que sólo son hombres si dominan a la mujer. Por eso, sienten que si ella tiene la igualdad, ellos pierden su hombría”, afirma.

Por un momento, a D.E. le domina la emoción, pero se sobrepone al instante. Sabe que debe hacerlo para seguir luchando. “Los que nos han hecho esto no son los revolucionarios que acampan en el centro de la plaza. De hecho, muchos hombres nos defendían, pero estaba claro que eran gente educada”, dice. “Estoy convencida de que la culpa de todo esto la tienen la corrupción y la falta de educación provocados por el régimen de Mubarak”, asegura. Un desafío enorme para la revolución, en un país donde la mitad de la población no sabe leer ni escribir.

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