El amargo final de Amparo
Sus postreros días los vivió en la barriada de La Palmilla, en Málaga. Sus vecinos relatan el ocaso de tan ilustre vecina

La belleza perfecta que ansían la mayoría de los mortales puede ser la maldición de algunos. Un regalo genético transformado en estigma capaz de convertir la vida en una montaña rusa donde probar la miel y la hiel en un solo viaje. La vida de la actriz malagueña Amparo Muñoz ha sido un vaivén desde que, en 1974, se coronó como la mujer más bella del mundo en Manila (Filipinas). Un reinado que la ha perseguido durante el resto de su existencia y que ha sido testigo de una extensa filmografía, fracasos matrimoniales, devaneos con las drogas y un final lleno de sombras impropio de quien un día fue la más envidiada.
Con el paso tembloroso y el deterioro físico propio de una enfermedad que ya no le daría otra oportunidad, Amparo fue «cazada» hace algo más de un mes por los paparazzis a las puertas del hospital Materno Infantil de Málaga. Entre sorprendida y aturdida, pero con la amabilidad que siempre le caracterizó, la actriz no arrojó luz sobre su estado. Ya era precario.
Silencio entre hermanos
Los lujosos hoteles habían dado paso a las calles la barriada de La Palmilla. Otrora lugar de residencia de trabajadores de bien, en la actualidad principal supermercado de la droga de Málaga. Las circunstancias la habían empujado a una vida de reclusión que ni los esfuerzos de sus hermanos podían evitar. Unos seres queridos que, como en todas las historias de juguetes rotos, estuvieron cuando tuvieron que estar y que han decidido guardar silencio.
Pocos la recuerdan en el barrio y muchos los que se sorprendían de haber tenido a tan ilustre vecina. Toda una Miss Universo junto a tipos que prolongan su agonía una papelina más y a otros que invierten sus sucias ganancias en lujos materiales de difícil gusto. Un representante vecinal cuestiona que Muñoz hubiese residido en la zona, aunque sí señala que tenía constancia de que acudía a la zona con asiduidad para vender algunas joyas y enseres personales.
«Algunos la veían en una casamata que, al parecer, es de los suegros de un hermano», afirma otra fuente, quien añade que algún vecino la había visto en las proximidades del mercado de la barriada.
Tras de sí habían quedado las portadas del papel couchéen las que destilaba una clase que los elitistas no asocian a alguien de orígenes humildes. Una crónica social en la que cobraron protagonismo sus matrimonios. El primero, con el cantautor Patxi Andión, a quien conoció durante un rodaje; el segundo, con Flavio Labarca, un empresario chileno al que muchos señalan como su perdición y que supuestamente la bajó al infierno de las drogas.
Pero detrás de tanto protagonismo rosa se encontraba una actriz que trabajó a las órdenes de grandes directores como Vicente Aranda, Eloy de la Iglesia, Pilar Miró o Imanol Uribe. Una intérprete a la que Fernando León de Aranoa la rescató del ostracismo en su ópera prima, «Familia», con un papel en el que dejaba ver esos ramalazos de rebeldía y trasgresión que, por ejemplo, le llevaron a devolver la corona de Miss Universo, seis meses después de ser coronada, al sentirse utilizada por la organización.
Decenas de cintas que componen una carrera llena de altibajos y en las que su mirada marcada por la tristeza sembraba dudas sobre el camino elegido. Algunos de los que la conocieron hacían el símil con otro icono malagueño: Pepa Flores. La que un día fue Marisol, la hija que todo español quiso tener, cambió las bambalinas por el anonimato y el placer de poder caminar descalza por la playa de La Malagueta. «Eso es lo que tendría que haber hecho Amparo, volver a sus raíces», señalaron.
Adiós a la estrella
Pero Amparo Muñoz, la mujer que concitó mil y un deseos, ya no era dueña de su destino. Los focos que iluminaron su bello rostro a todo el mundo la condujeron a una vorágine que fue palideciendo su estrella. Las apariciones televisivas se sucedían con cuentagotas y siempre por algún asunto turbio. Que si había contraído el sida, su detención por no abonar la cuenta de un hotel o sus problemas contractuales con alguna productora. Informaciones que en su mayoría no fueron probadas.
Harta de escuchar lo que otros decían de ella, decidió escribir su verdad en el libro «La vida es el precio». Un repaso a su trayectoria donde dejó su particular epitafio: «Si a alguien le he hecho daño ha sido a mí misma y a mis padres». El martes recibió sepultura en su Málaga natal. Descanse en paz.
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