Mejor actor secundario

Los alemanes trabajan de forma preferente con ellos, en parte por inercia y en parte porque resulta práctico seguir el protocolo bien ensayado de pactar primero entre los dos grandes. Aunque siguen formando parte del eje rector de la integración, a nadie se le oculta que tras la gran ampliación son el socio minoritario.

El calendario europeo está cada vez más dominado por las preocupaciones domésticas de Merkel y no por una visión alemana de Europa. A Berlín le gustaría que los demás ejecutivos de la Unión copiaran sus políticas, pero no como parte de un proyecto común, sino para garantizar a sus cada vez más indecisos votantes que los gobiernos manirrotos del Sur no ponen el euro en riesgo. Este intento de hegemonía germana sin pasar antes por Bruselas se produce mientras Francia se limita a ser el mejor actor secundario.

Pero la pareja de actores no funciona. Es ya legendaria la falta de química entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy y cuando se citan para hablar de asuntos europeos no coinciden en casi nada. Al hiperactivo Sarkozy le gustaría comandar a los socios de la moneda única y enseñarles lo que puede hacer un gran país dispuesto a usar la economía en pos de una ambición exterior. Sólo que también necesita modificar demasiadas cosas, desde la independencia del BCE a la iniciativa de la Comisión.

Francia sigue soñando con un polo europeo fuerte en el mundo multipolar que viene. Sin embargo, la esfera de influencia francesa atraviesa un momento poco glorioso a causa de sus gobernantes. La ministra de Exteriores, cesada por haber abusado del cargo y mentido sobre sus amistades en Túnez, deja en entredicho una grandilocuente política hacia el Mediterráneo, proclive en la práctica al más descarnado realismo. Tras las revoluciones en el Norte de África cualquier iniciativa francesa tardará en merecer la credibilidad de la comunidad internacional.