El despido de Galliano: ¿Oportunismo o ética?
Christian Dior celebra el último desfile de John Galliano entre espculaciones sobre una magnífica operación de marketing

Nada como un desfile de modas para asesinar a los ausentes. “ Es horrible, querida, las cosas que ha dicho ese chico. Un horror. Pensar que la gente pudiera creer que todos los modistos somos gente así”, había declarando Herr Karl Lagerfeld , para condenar con una estocada verbal a John Galliano , ya huido en una clínica de desintoxicación californiana.
Sin embargo, los grandes personajes del arco iris rosa bombón rechazaron todos la invitación de Dior: todos decidieron evitarse las lágrimas de cocodrilo, en el pase de la última colección del modisto caído de hinojos en el siniestro escándalo, que Benoît Helibrunn , profesor de marketing en la École Supérieure de Commerce de Paris (ESCP), analiza de este modo: “El despido de Galliano es un gesto oportunista perpetrado por una marca oportunista”.
Huido Galliano, víctima de sí mismo y de la estrategia de comunicación de Dior, el último desfile de la última de sus colecciones, para la casa parisina, comenzó con una hora de retraso. Ausente el presidente y primer accionista, Bernard Arnault , el hombre más rico de Francia, Sidney Toledano , arremetió sin nombrarlo con modista huido: “Vivimos un momento muy doloroso. Ver a Dior mezclado con esas historias es algo horrible”.
Experto en marketing, Benoît Helibrunn analiza el caso desde otro ángulo: “Antes de conocer los resultados de la investigación policial, Dior ha montado una magnífica operación de marketing, que le permite, al mismo tiempo, liberarse de Galliano, montar un numerito “ético”, y, de pasada, conseguir una inmensa publicidad. Hace años que Galliano solo aportaba eso, números publicitarios”.
Durante varios días, Dior jugó con habilidad la comunicación: ¿sí? ¿no? ¿habrá o no habrá desfile John Galliano? Estaba claro que era imposible renunciar a la fabulosa publicidad gratuita del escándalo.
En la operación solo han fallado los famosos. Que decidieron eclipsarse por el negro foro de la ausencia, dejando los asientos de las primeras filas, en el Museo Rodin, a las papisas de la moda anglosajona, comenzando por la inevitable Anna Wintour , redactora jefa de la edición norteamericana de Vogue, acompañada de Suzy Menkes , del Herald Tribune.
Tras ellas, un rosario de estrellas de segundo rango publicitario. Y una nube de mosquitos carnívoros, pertrechados de cámaras fotográficas. Ante la pasarela, las jóvenes vestidas y desvestidas con los maravillosos trapos de Galliano habían recibido órdenes marciales: “No ha pasado nada. Vosotras, a lo vuestro. Y atendéis con una sonrisa las peticiones más peregrinas de los fotógrafos. Chicas, ¡a la pasarela, business as usual..!”
Alquilado a precio de ganga un museo nacional (consagrado a Rodin, uno de los patriarcas de la escultura moderna), la coreografía del pase de modelos estuvo orquestada a ritmo de pop industrial. Vender poca ropa a señoras millonarias requiere golpes de efecto. Una anciana libanesa maquillada al rojo pichón le preguntaba a una amiga, con abrigo de leopardo: “Suzy, ¿crees que yo podré ponerme esos trapos ante Robert, cuando se haya marchado mi marido?”. “Querida. En ausencia de tu marido, Robert te ve guapa incluso sin esos colorines fluorescentes”.
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