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Columnas / TARJETA DE EMBARQUE

Coqueteos con Gadafi

Día 26/02/2011

En España, como en muchos otros países, hemos vivido los interesados coqueteos con Gadafi. Hasta Don Juan de Borbón tuvo que acudir, a finales de los setenta, a Trípoli con un mensaje del Rey para reclamar al dictador que dejara de apoyar los movimientos independentistas de Canarias. Después, en 1985, Felipe González le recibió sorpresivamente en Palma de Mallorca, y Aznar acudió, en 2003, a Libia, como adelantado de Bush, para sondear la sinceridad de las promesas de Gadafi de que dejaría de apoyar el terrorismo. En agradecimiento, Gadafi le regaló un pura sangre árabe, bautizado como «El rayo del líder», que hoy pasa sus días, aburrido, en el escuadrón de caballería que la Guardia Civil tiene en Valdemoro.

Tampoco Zapatero evitó los cantos de sirena de Gadafi, que en 2005 tuvo a Moratinos dando vueltas diez horas por Libia para luego no recibirle. Aún así, Moratinos, nada rencoroso, acudió en 2009 a los fastos del 40 aniversario de la Revolución, donde se juntó lo más selecto de las dictaduras.

A Gadafi, hasta le ofrecimos, en 2007, los jardines del Palacio de El Pardo para que montara su jaima del desierto. Y el propio Zapatero viajó dos veces el año pasado a Trípoli, con recepción en la famosa tienda de Gadafi incluida.

Las voces que ahora se alzan contra el tirano apenas se escuchaban hasta hace unos días. Pero, Gadafi era el mismo dictador, el mismo financiador de grupos terroristas, el mismo sátrapa que sojuzgaba a su pueblo, el mismo que, oculto tras disfraces y maquillajes, fustigaba a los gobiernos de occidente, porque sabía que necesitaban su petróleo.

Nadie borrará esa vergonzosa actitud de nuestras democracias, pero, al menos, estas deberían ser capaces de comprometerse a no negociar más con dictadores sin exigirles, a la vez, que respeten los derechos humanos de sus pueblos.

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