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ABC Cultural

Francisco de Miranda, el precursor

Una apasionante biografía escritapor Manuel Lucena Giraldo recorrela vida y milagros del intelectualy político venezolano, consideradouno de los pioneros de la Independencia hispanoamericana

RICARDO SÁNCHEZ

MANUEL DE LA FUENTE

Ganó alguna batalla, pero perdió todas las guerras, muy especialmente la del sueño de su vida, la independencia de la América del Sur. Fue embajador en media Europa, en medio mundo, pero sin país, porque su patria era su cultura enciclopédica, los miles de libros que atesoró, las mujeres que amó y que le amaron, casanova criollo, sus delirios de libertad.

Francisco de Miranda (Caracas, 28 de marzo de 1750 / San Fernando, Cádiz, 14 de julio de 1816) es uno de los personajes más singulares de la historia que se habla y se escribe en español. El Precursor le llamaron. Fue presidente de Venezuela entre abril y junio de 1812. De él y sus ideas lo tomó prestado todo, casi hasta la camisa, Simón Bolívar. Hablo de tú a tú con presidentes de los Estados Unidos (Jefferson, Washington), fue algo más que amigo de Catalina la Grande y de su ex, el Príncipe Potemkin, fue general de la Francia revolucionaria y a punto estuvo de darle guillotina Robespierre, mientras Napoleón lo tenía por un quijote sin locura:«Tiene fuego sagrado en el alma», dijo de él el legendario francés.

Aventura de la política

Pero en el principio fue un español venezolano llegado a la Madre Patria para triunfar y ascender en la carrera militar. Sin embargo, España le partió el corazón. Este hombre de peluca empolvada, melómano, ilustrado, es el protagonista de «Francisco de Miranda. La aventura de la política» (Edaf), su más completa biografía, de la que es autor el historiador y colaborador de ABC Manuel Lucena Giraldo. «No es que fuera ninguneado en el Ejército real, es que tenía prisa por ascender, adquirir gloria y recompensas cuanto antes, lo que se hizo incompatible con la meritocracia militar en la que se encontró inmerso», explica Lucena sobre la fractura entre Miranda y nuestro país.

Fugitivo, helado de frío en una Europa que está a miles de kilómetros de la tropical Venezuela, en la cabeza de Miranda brota el sueño de la independencia hispanoamericana germinado en parte por la semilla «de los jesuítas expulsos en Italia, muchos de ellos criollos americanos, que allí elaboraron ese sueño en el marco de una explicable reacción contra la injusticia que habian sufrido: los había expulsado Carlos III de “sus patrias”.

Antes de la Revolución

Además, vió en 1784 los Estados Unidos recién independizados de Gran Bretaña y aquello le conmocionó. Y todo, antes de la Revolución Francesa, algo muy importante». España perdió a un hombre de categoría excepcional, como ratifica Manuel Lucena: «Sin duda, aunque el carácter de Miranda, un ilustrado errabundo, viajero y seductor, era difícil de adscribirse a una fidelidad permanente ajena a su convencimiento íntimo».

La vida de Miranda es apasionante, de novela, de cine, pero, por decirlo coloquialmente, tiene algo de cenizo. «Es el perdedor de la historia oficial venezolana, ensamblada en torno a la mitificación de Bolivar (el ficcional, no el personaje histórico, tan distinto del inventado e invocado de continuo). La historia, en todo caso, produce muchos perdedores y algunos (poquísimos) héroes, que también tienen siempre su lado oscuro».

Intelectual y hombre de acción («en su época no existía esta disitinción», asegura el biógrafo) parece como si Francisco de Miranda no hubiese llegado nunca a alcanzar un término medio. El mismo hombre que estuvo a punto de ser guillotinado vió cómo su nombre se inscribía en el Arco del Triunfo parisino. «Cierto, pero así se expresaba la exuberancia de una época en que nació el mundo contemporáneo y nuestra idea de libertad, sobre la base de un nuevo sujeto de soberanía: la nación de ciudadanos libres e iguales».

Después de intentarlo por todos los medios, de buscar dinero debajo de las piedras (sobre todo ante los ministros ingleses), Miranda acabaría por ver cómo se hundía la I República de Venezuela, mientras Simón Bolívar («quien se nutrió de las ideas de Miranda, las copió e hizo suyas. Fueron en cierto modo padre e hijo», subraya Lucena) y los suyos le hacían la cama, le cosían a traidoras y traperas puñaladas y lo entregaban a los realistas españoles que lo encerraron en una prisión gaditana hasta 1816, donde murió a los 66 años.

América quedaba huérfana de su Padre Precursor, pero sus hijos, más o menos naturales, recogieron la antorcha con la que definitivamente prendería la hoguera de la Independencia.

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