El Ejército aplasta con tanques la revuelta en las calles de Bahréin
La revolución árabe amenaza ya a los países ricos del Golfo
Golpe en la mesa para evitar un nuevo efecto dominó de la revolución árabe. Al menos tres nuevos manifestantes, según el balance oficial —seis según la cadena de televisión Al Yazira—, fallecieron en la capital de Bahréin, Manama, después de que el Ejército aplastara con carros de combate y ráfagas de fusil la revuelta iniciada por cerca de dos mil manifestantes chiíes que protestaban contra el dominio ejercido por la minoría suní. Los incidentes se trasladaron posteriormente a distintas zonas de la ciudad hasta que al caer la noche, la violencia se transformó en calma tensa como consecuencia del fuerte despliegue militar.
Como relató a ABC Maryam al Khawaja —una de las principales líderes opositoras—, «sin embargo, el número de muertos podría aumentar en las próximas horas, debido a que el Ejército impide el acceso de los servicios médicos a la zona».
«La tensión se acelera»
Hacia las tres de la madrugada, la Policía irrumpió en la plaza lanzando gases lacrimógenos y balas de goma contra los manifestantes con el objetivo de dispersarlos. Durante la jornada, más de cincuenta vehículos blindados de las fuerzas armadas cargaron contra los manifestantes que acampaban en la plaza de la Perla desde el pasado miércoles. Solo en el día de ayer, «cerca de mil de ellos ingresaron en centros hospitalarios del país; la mayoría de ellos con heridas en la cabeza», denuncia Al Khawaja.
Sin embargo, y pese a la violencia empleada por el Gobierno, los manifestantes y la oposición chií han conseguido llevar al primer plano sus protestas con una repercusión internacional que hasta ahora nunca habían tenido. «La tensión se acelera en el país, a la espera de algo grande», asegura la activista.
De mayoría chií (cerca del 70% de la población), aunque gobernado por una Monarquía de origen suní, Bahréin —un pequeño reino de 727 kilómetros cuadrados situado en el Golfo Pérsico— es escenario desde el pasado lunes de una serie de protestas que reclaman el inicio de reformas políticas en el país. Entre las demandas, la exigencia de que el Monarca de Bahréin —el jeque Hamad bin Isa al-Jalifa— dé paso a una reforma constitucional, que facilite un mayor acceso de los partidos chiíes a las instituciones.
El activista Abdul Wahab Husain —quien ya inició en 2009 una huelga de hambre en protesta contra el Gobierno— ha denunciado a este diario la «preocupante desaparición de disidentes que se han producido en las últimas horas». Entre ellos, se encontraría una de las máximas figuras de la oposición, Hamad Al Buflasa, en paradero desconocido desde que el martes pronunciara un discurso en la plaza donde ayer se registraban los incidentes.
Una denuncia que fue refrendada también por Abdul Jalil, líder del partido chií «Al Wifaq», quien anunció que su partido suspende su participación en el Parlamento en protesta por la represión: «Hemos perdido el contacto con más de 60 opositores. ¿Están en prisión o escaparon y están escondidos en sus casas? No lo sabemos», indicó Jalil, precisando que esa cifra se basa en las llamadas recibidas de familiares.
Mientras, en un comunicado difundido a la Prensa, el general Tarek al Hassan, portavoz del Ministerio del Interior, aseguró que, de continuar las protestas, «se tomarán todas las medidas necesarias y disuasorias para promover la seguridad en el reino». También pidió a los ciudadanos que no acudan a zonas concurridas de la capital para «no provocar atascos, evitar el pánico entre los viandantes y no poner en peligro sus vidas».
Más conciliador se mostró el vicepresidente del Parlamento, quien aseguró en declaraciones a Al Yazira que el Gobierno está dispuesto a conversar sobre posibles reformas políticas, pero antes tienen que ponerse de acuerdo los distintos partidos de la oposición. «El Gobierno está en disposición de negociar, pero esa es una tarea que necesita tiempo», afirmó.
Así las cosas, el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, expresó ayer su preocupación ante la escalada de violencia en este país del Golfo, al tiempo que reclamó a los gobiernos de la región que acometan «reformas audaces» que respondan a las demandas de la ciudadanía. Unas reformas sobre las que pende, de nuevo, la mano disuasoria de EE.UU. y Arabia Saudí. Ya en 2003, Bahréin fue calificado por el ex presidente George W. Bush como «uno de los principales aliados regionales en la cruzada contra el terrorismo».
Aunque puede ser otro aliado «modélico» de la Administración Obama —Arabia Saudí, la potencia suní de la zona— el que tendría la última palabra en la crisis bahreiní. Como recuerda Gala Riani, analista para Oriente Medio del «IHS Jane's», en caso de que el Gobierno de Bahrein se muestre incapaz de contener las protestas, los saudíes no tendrían problemas en apoyar —e incluso intervenir directamente— contra los manifestantes chiíes.
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