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Limosnas entre copas

Ante el incremento de pedigüeños en la capital, algunos indigentes cambian el día por la noche del fin de semana

TATIANA G. RIVAS

Sábado. Dos de la madrugada. Calle de la Cava Baja, La Latina. Los jóvenes se concentran en los locales de ocio nocturno. Si el tiempo acompaña, la marabunta, ávida de diversión, alcohol y nicotina también se aglomera en la calle. Forman el escenario perfecto para que durante las noches del fin de semana decenas de pedigüeños traten de hacer incesantemente su agosto a cambio de algún producto o gesto. Un mechero, un llavero, una cerveza, indicar una plaza de aparcamiento, un poema, una rosa, un cartel gracioso... todo vale cuando se trata de llevar un pedazo a la boca. Ya no compensa mendigar durante el día, aseguran algunos de los mendicantes de la zona: «Hay demasiada gente pidiendo ya», una percepción que se hace patente al pasear por el centro de la capital a cualquier hora del día de lunes a domingo.

El cambio de estrategia es vital para algunos. Kike, de 51 años, es de los que ha conseguido hacerse con su nuevo nicho de mercado en La Latina. «Aquí estoy todos los fines de semana. Me compensa. Aún no tengo que dormir en la calle con lo que me saco», asegura desde su centro de operaciones: el árbol situado frente a El Viajero. Su estrategia la tiene bien definida, y le funciona, ya que en los últimos ocho días, revela, se ha sacado 465 euros.

Mientras los jóvenes charlan y toman sus copas, Kike se encarga de lucir su ingenioso cartel por las cristaleras de los locales. Casi todo el mundo se gira para leer su mensaje: «¿Alguna chica bonita quiere un tío feo para que nadie se lo quite? Si tú no lo quieres, tú te lo pierdes. Una voluntad». Hombres y mujeres ríen. Algunos salen del establecimiento para dejarle una propina. «Muchas veces me dan dinero, y las que no, por lo menos me llevo una sonrisa», cuenta risueño mientras muestra su dentadura incompleta. Su jornada finaliza cuando cierran los bares de la zona, normalmente, las tres de la madrugada.

Acoso constante

La misma táctica horaria emplea un septuagenario de baja estatura que pasea entre el tumulto de la calle y los locales. Ofrece chicles y mecheros con cara de pocos amigos. «No, gracias», es la contestación mayoritaria que recopila a lo largo de la noche. «De las gracias no vivo», responde enojado, con los bolsillos vacíos y sin ánimo de conversación. El mismo recorrido realizado por el anciano lo sigue un bengalí a los pocos minutos ofreciendo sombreros y objetos luminosos a los clientes. «En función de la noche me puedo sacar de 5 a 25 euros», explica el mismo.

El acoso para conseguir dinero es constante. «Ya forman parte de la noche. Con decirles que no se marchan. Tampoco hay mayor problema», manifiesta una joven que inhala el humo de un pitillo en la plaza del Humilladero. «Te pueden llegar a ofrecer cosas hasta diez personas en la misma noche. A veces son agobiantes», añade otra. El paisaje se completa con los vendedores de cervezas de todas las nacionalidades que se atropellan en la calle y los ya míticos indigentes apostados en la parroquia de San Andrés que, a falta de unos céntimos, se conforman con sobras de etanol. Es la estampa de la noche madrileña. Una noche configurada ya como alternativa a la supervivencia.

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