Un gobierno de notables para Rajoy
Obama ya ha sentado en su mesa al responsable de General Electric. ¿Qué pasaría en España si el PP nombrara ministro a Alierta o a Koplowitz?

¿Se imagina alguien a Francisco González como ministro de Economía de un futuro Gobierno? ¿O a Esther Koplowitz con la cartera de Fomento? ¿Cabe en la imaginación ver a César Alierta al frente de Industria? ¿Y a Borja Prado en Ciencia y Tecnología? Cualidades no faltan a ninguno, ni preparación, ni prestigio, ni solvencia. Son empresarios de primera, como muchos otros, pero lo cierto es que, en España, entre la vida empresarial y la política hay una barrera invisible, un muro que hace muy difícil pensar siquiera en esas posibilidades, cuando en otros países es una opción que se aplica con normalidad. El último ejemplo lo ha dado Barack Obama al designar al consejero delegado de General Electric como asesor económico.
El empresario que da el salto a la política (sería más preciso decir que se sumerge) no lo hace por motivos económicos. En el mejor de los casos, si es nombrado ministro su sueldo millonario quedaría reducido a 80.000 euros brutos anuales. Si se queda como diputado en el Congreso, tendría una asignación mensual base de 2.813,87 euros al mes, tras el último «tijeretazo», más los complementos (1.823,86 euros al mes si es elegido fuera de Madrid, y 870,56 euros en el caso de ser diputado por esta circunscripción, a lo que hay que añadir otros pluses en razón del cargo que ocupara en el Parlamento). En todo caso, desde el punto de vista económico es evidente que no compensa. Tampoco se espera que ninguna persona, rica o no, entre en política para ganar dinero. La motivación tiene que ser otra, una vocación por el servicio público o un afán por servir al interés general y por hacer realidad lo que siempre has deseado para tu país.
La vocación es una razón de peso para entrar en política
La vocación es una razón de peso para entrar en política, pero sigue existiendo una barrera que dificulta el salto. El desprestigio con el que este país castiga a sus políticos y a los partidos no ayuda a introducirse en la tarea. Para un empresario de renombre sería como pasar del éxito y el triunfo al pimpampún permanente de la opinión pública y a la sospecha continua. El español es muy aficionado al «tiro al político», no hay que olvidarlo.
Aun así, puede haber empresarios que quieran dar el paso, y se seguirán topando con otro obstáculo: el camino de vuelta. Su estancia en la política puede ser más o menos larga, pero en su retorno a la vida profesional tendrá que acatar una estricta ley de incompatibilidades. «Se ha hecho tan dura que a un empresario se le hace muy difícil estar en política. Cuando quiere salir se encuentra con tal cantidad de incompatibilidades que le será muy complicado realizar una actividad empresarial. Es una ley que hace muy difícil la entrada y salida de la política», reflexiona Jorge Fernández Díaz, vicepresidente del Congreso y diputado del PP.
Antonio Núñez, director de Programas de Gestión Pública del IESE, cree que existe una cuestión de dinero (un directivo de una empresa mediana gana más que un ministro), pero principalmente es cuestión de proyectos. «Los buenos líderes empresariales se mueven principalmente por un proyecto ilusionante», sostiene, y explica que el ideal americano de poder servir a tu país desde la política durante un tiempo lo encuentras en gente muy valiosa del mundo empresarial. Pero en España se topa con el desprestigio de la actividad política: «Necesitamos prestigiar el servicio público. Nos faltan casos de éxito recientes de este tipo».
Jesús Quijano es portavoz del Grupo Socialista en la Comisión Constitucional. También es catedrático de Derecho Mercantil, una rama muy cotizada en la que podría disfrutar de una vida muy holgada, pero no es el caso, porque en 1974 se afilió al PSOE y desde entonces su vocación al servicio público no se ha perdido. Quijano ve positivo, «sin ninguna duda», que la política se abra a todos los niveles y aspectos, en el Gobierno, el Parlamento y los partidos. «Cuanta más intercomunicación haya entre la política y la sociedad, mejor, es bueno para aprovechar la experiencia, la competencia y la cualificación de muchas personas». El diputado socialista cree que en España esto se ha hecho, sobre todo en la Transición, pero en menor medida que en otros países.
En nuestro país, el sistema político no favorece la presencia de empresarios
¿Por qué el traspaso no se produce con la normalidad deseable? Quijano cree que, en primer lugar, tiene que ver con la estructura de partidos que hay en España, pero también con la mala imagen de los políticos. En el último barómetro del CIS, del mes de diciembre, los españoles sitúan a los políticos como tercer problema (19,3 por ciento), sólo por detrás del paro y la crisis económica.
El socialista atribuye esa mala imagen a que aún queda algún resabio del pasado, de los años de la dictadura, cuando se desprestigiaban los modelos democráticos del mundo. «Hay empresarios que, personalmente, estarían dispuestos a dar el paso, pero se resisten porque dicen: ¿qué van a pensar de mí en mi entorno? Que he ido a buscar algo, que tengo no sé qué intereses oscuros, y cuando vuelva, qué van a pensar de mí de nuevo...»
Jorge Fernández Díaz explica que la cultura política anglosajona es distinta a la española. En nuestro país, el sistema político, basado en los partidos y en listas electorales cerradas y bloqueadas, no favorece la presencia de empresarios. Además, sostiene que la fuerte y rígida disciplina que hay en los partidos españoles no encaja bien en el perfil de un empresario que está acostumbrado a mandar, diseñar estrategias, organizar y triunfar.
Antonio Núñez también cree que los criterios de éxito son muy diferentes en estos dos ámbitos: «Nos topamos con la realidad de la partitocracia versus la meritocracia que impera en el mundo empresarial». Así, explica, ideas muy presentes en el mundo empresarial como la libertad, competencia, eficiencia o gestión profesional no están frecuentemente en el primer lugar de la acción política.
El debate sobre los «privilegios» de los diputados no ha contribuido a aumentar el prestigio de los políticos. «No se ha abierto con intención de arreglar nada, sino con un tufillo de desprestigio», comenta Quijano. Al final se crea una sospecha generalizada de que los diputados están llenos de privilegios y se cuestiona hasta que puedan usar el transporte de avión y tren de forma gratuita.
Los «privilegios»
Fernández Díaz rechaza de plano hablar de los «privilegios» de los diputados: «No son privilegios, se trata de algo especial por la naturaleza específica de la política. Al final nadie se va a poder dedicar a la política, salvo funcionarios y gente de renta baja. Va a ser empobrecedor. Es un debate que establece una presunción de culpabilidad sobre una supuesta casta de privilegiados». Falta una costumbre histórica que permita verlo como algo normal. «El que entra en política debe percibir que aumenta su estima y su prestigio, algo que no ocurre ahora».
Quijano aporta un nombre de un economista de prestigio, «de una competencia y claridad de ideas impresionantes», que daría un perfil idóneo: Emilio Ontiveros. Y añade otro: Manuel Pizarro. El caso de Pizarro es peculiar, porque es el empresario que lo dejó todo para entrar en política, y salió de ahí después totalmente desaprovechado. Pizarro era uno de esos diputados que asistían a los plenos con regularidad y cumplía a rajatabla sus compromisos, pero su papel no dejaba de ser secundario en el Grupo Popular y decidió renunciar a su escaño. «Al final, es muy difícil que un empresario sienta la más mínima tentación de entrar en política», concluye Fernández Díaz.
Tampoco hay nada que garantice que un excelente empresario sea un buen político. De hecho, una persona puede saber mucho de economía, tener recetas eficaces contra la crisis, y no tener un perfil político que le permita convencer a la opinión pública, los mercados y los interlocutores sociales de que sus medidas son las más convenientes para su aplicación. «No es necesario ni indispensable ser un buen empresario para ser un buen ministro de Economía. De hecho, Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro hicieron un trabajo espléndido y no eran empresarios», arguye Fernández Díaz. De parecida opinión es Joan Ridao, el portavoz de ERC en el Congreso. Cree que la participación de empresarios en política debe ser vocacional, y nada más, pero ve necesario que tengan un cierto perfil político para saber «vender» sus medidas. No pueden ser meros gestores. Antonio Núñez agrega que muchos políticos miran con desconfianza y escepticismo a los «advenedizos», porque piensan que la política «es un arte y no vale con haber triunfado en el mundo empresarial».
El empresario-político perfecto
El empresario que quisiera entrar en política debería reunir, al final, estas cualidades: tener una vocación definida por el servicio al interés general, olvidarse de los incentivos económicos y asumir que desde el punto de vista económico saldrá perdiendo, estar dispuesto a «desnudarse» ante la opinión pública en cuanto dé el paso, soportar las críticas con deportividad, aceptar la dura disciplina de partido, asimilar que la ley de incompatibilidades dificultará su regreso a la vida empresarial y tener un perfil político que le permita vencer y convencer con sus medidas.
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