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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

El reloj de la sucesión

Si anuncia ya su retirada Zapatero no tendrá perrito que le ladre; si aguanta se expone a un destrozo en mayo

Día 25/01/2011
CON Rajoy recién investido en Sevilla de «presidente a la espera», en la acera de enfrente no ven el momento en que Zapatero señale al futuro jefe de la oposición o decida apartarse para destaponar el atasco. Los candidatos municipales y autonómicos, con Vara y Barreda al frente, han empezado a meter bulla para que el presidente dé cuanto antes el paso atrás en el sobrentendido de que el anuncio de su retirada aliviaría el cabreo de unos votantes dispuestos a darle a él —a ZP— una patada en el trasero de ellos. Los barones piensan que si el PSOE va a perder el poder en la nación debería al menos intentar conservarlo en sus feudos virreinales, y que ya se hace tarde para remediar la hecatombe presentida de mayo. No les falta razón pero Zapatero maneja otro punto de vista: si anticipa su decisión de autodescartarse —en el caso de que la haya tomado— puede dar por liquidada la legislatura; en el año que resta no le harían caso ni los ordenanzas de La Moncloa.
Abrir el melón sucesorio, aunque sea señalando a un Rubalcaba que tiene todas las papeletas y anda por ahí arengando a la resistencia, supondría para el presidente un calvario político que podría hacer trizas al partido enfrascándolo en luchas banderizas internas y provocaría un vacío de poder en el Estado. La «operación Calvo Sotelo», es decir, la dimisión formal para dejar al actual vicepresidente como interino al frente del Gobierno, parece inviable o muy complicada porque habría que negociar con los nacionalistas una nueva investidura a la que no parecen inclinados. De una manera o de otra, el mandato quedaría arruinado y Zapatero no tendría perrito que le ladrase, abocado un final de oprobio. El presidente quiere al menos cerrar su etapa de un modo relativamente honorable, aunque sea pasando a la Historia a última hora como un sacrificado reformista incomprendido, y trata de agarrarse al manejo de los tiempos a riesgo de que le estallen en las manos como una bomba de, nunca mejor dicho, relojería. Adelantar la sucesión supone reventar la legislatura y acaso dividir a un PSOE en combustión; madurarla tiene el riesgo de sufrir un varapalo descomunal en los poderes territoriales.
La impresión más extendida es que va a optar por la demora, confiado con su optimismo irredento en que las elecciones de mayo no resultarán tan calamitosas y en que mientras menos se queme Rubalcaba —o el tapado que tenga en mente— más posibilidades tendrá de reducir las distancias finales con el PP. Sin descartar una pirueta de inmolación con su tercera candidatura, aunque en su partido todo el mundo piensa que sería un disparate capaz de propiciar la mayoría absoluta de Rajoy. Lo más probable es que espere a las municipales para testear su impopularidad y evaluar los daños sobre cabezas ajenas; las perspectivas son tan devastadoras que es muy capaz de presentar un revés simplemente duro como una relativa victoria.
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