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ABC Cultural

Las críticas de los estrenos del 21 de enero

Te desvelamos las claves de las películas de la cartelera del fin de semana

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Clint Eastwood con "Más allá de la vida" y Harrison Ford con la comedia periodística "Morning Glory", tendrán que utilizar su veteranía para luchar en las carteleras contra el ídolo juvenil Mario Casas, que estrena "Carne de neón", una comedia de Paco Cabezas.

«El demonio bajo la piel»

POR E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

Hay cruces que no los mejora ni la Quinta Avenida, como el de Jim Thompson con Michael Winterbottom, un cruce peligroso, pues uno es el escritor que escribe fino con un mazo y el otro es el cineasta global y sin complejos ni pudores. Winterbottom toma “El asesino dentro de mí”, una novela de Thompson que no es “1280 almas” (su obra más conocida y brutal) pero que raspa tanto a los ojos como si te los frotaras con la barbilla de Lee Marvin, y hace con ello otro cruce peligroso, el del cine negro zapato con el western sin épica. La película, titulada aquí “El demonio bajo la piel”, encuentra su narrador en el propio protagonista (Cassey Afleck), el ayudante del sheriff de Central City, un personaje algo tonto, con cara de mojar bizcochos en el chocolate y con modales de buen yerno pero que esconde en su interior un catálogo completo de taras y que tiene unas explosiones de violencia que llenan de movimiento, ruido y color (especialmente rojo) la pantalla. Winterbottom traduce la iracunda literatura de Thompson con espectacular eficacia, y hay momentos en los que uno prefiere contarse el dinero suelto del bolsillo que enfrentarse a las imágenes de una ferocidad insoportable... El exceso de “flash-back” consigue ambas cosas contradictorias: que sospeches las causas de esa furia y que la rechaces por absurda. El clima de la narración es magnífico, sudoroso, enfermizo, puro plomo, mientras que los personajes se mueven en él como en el interior de una tragedia griega sin hilvanar. La frialdad y abulia de Lou Ford (el sheriff) contrasta con la torridez y carnalidad de los personajes femeninos que interpretan Kate Hudson y Jessica Alba, a la que hay que suponer, por lo que aguanta, que ha cobrado un dineral. Como en todo el cine de Winterbottom, también se aprecia aquí la doble voluntad de atenerse al molde del género (los ha visitado todos, incluso el porno) y de resultar polémico y provocador... Un curioso ejemplo de, a la vez, apocalíptico e integrado.

«Morning Glory»

POR F. M. B.

El director de «Notting Hill» (agradable comedia que salvaban sus secundarios) pone sobre la mesa cuatro personajes: una joven productora de televisión, un periodista de leyenda venido a menos, una presentadora veterana que lo detesta y uno de los hombres guapos y ricos de la cadena, enamorado a su vez de la primera. Todos tienen desarrollo y buenos actores detrás, pero sus relaciones son «en cadena», casi nunca salen más de dos juntos, y las posibilidades dramáticas y hasta cómicas se reducen. La cinta amaga, por otro lado, con plantear un debate sobre el futuro de la información y la telebasura, pero sus autores, ya sea por pereza o por quitarse problemas (como si Wilder hubiera suavizado su apartamento; cruel comparación) ni se mojan ni parecen cómodos con las preguntas difíciles. Se conforman con cuatro chistes y tres achuchones y a otra cosa, que con este reparto bastará para que la gente vaya al cine y luego no se queje demasiado.

«Más allá de la vida»

POR E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

Nadie se planta sobre el terreno como Clint Eastwood, cuya figura está destinada a ser legendaria. Cualquier terreno. Ahora, hay que concentrarse para no olvidar que este hombre imponente es octogenario, lo que habrá que tener en cuenta para entender su interés y su reflexión sobre uno de los pocos pasos que todavía no ha dado y que, valientemente, busca el terreno (inexplorado) para plantarse allí: el otro lado de la vida, o sea, la muerte. Su película busca esa región, ese suelo nunca pisado por un ser vivo con otra cosa que con su fantasía o figuración, y lo hace del único modo con el que entiende el cine: una sábana enorme que él llena y estruja hasta que rezume la última gota de los sentimientos que quiere provocar..., es decir, mediante un lenguaje clásico, directo, agobiante y emocionante, lúcido y traslúcido (si quiere uno sorprenderse, puede ver las dos caras cinematográficas de esta misma moneda y el más allá según Eastwood y según su antípodas, Apichatpong Weerasethakul, en “Oncle Boonmee...”). Tres hilos narrativos que se buscan y de los que cuelgan unos personajes y unos hechos relacionados con nuestra realidad reciente: las primeras secuencias del tsunami de Indonesia (2004) te sumergen ya en un estado del que no se emergerá hasta el final, o después; del mismo modo que la gorra que vuela en la estación de Charing Cross cuando el atentado islamista en 2005 es un prodigioso guiño tan clásico como el fatum griego..., y sin perder esa lógica narrativa que sólo muestra (no demuestra) que el terreno, aunque resbaladizo, existe. La trama se construye con tres personajes: un minucioso Matt Damon que se debate entre el don o el castigo de “conectar” a las personas con sus “fantasmas”, lo que le condena a una indescifrable soledad (que se le descifra al espectador en una pasional y obsesiva escena con la guapa Bryce Dallas Howard, su compañera de cocina, y sobre un plano triste de la espalda de Damon); una magnífica Cécile de France, cuyo personaje se estiliza hasta la congoja y se convierte en la cámara que a Eastwood le hubiera gustado meter en el otro “lado”, y los gemelos George y Frankie McLaren, cuya relación (esa cama vacía) es tan demoledora como elocuente. Como tal trama, todo se queda en un cuestionario sin respuestas (buscar respuestas en esta película sería despreciar la inteligencia y la sensibilidad de Eastwood); pero, como drama, a Eastwood se le saltan las costuras y propone momentos de escalofrío emocional: un niño silencioso o que espera a la puerta de un hotel, unos padres temporales, una mujer que se cae del éxito de un cartel publicitario, un hombre que intenta no saberlo todo de la mujer que quiere amar, la muerte que se mueve en un tablero bergmaniano, el hilo real o ficticio que cuelga del más allá, la pura, caprichosa y desconcertante casualidad que le permite a esta historia atarse mal, de otro modo, probablemente insatisfactorio, frustrante, a destiempo..., o sea, como tantas veces la propia muerte.

«Monsters»

POR FEDERICO MARÍN BELLÓN

Gareth Edwards podrá malograrse, darse a la bebida o hacerse socio del Atleti, pero por lo visto en su primera película —que dirige, escribe, fotografía y en la que se encarga hasta de los efectos especiales— es de esos tipos saben nadar desde el instante mismo en que los arrojan a una piscina. Como Alejandro Amenábar o Robert Rodríguez, por citar dos ejemplos de lo más dispar en estilo y trayectyoria. Con cuatro duros, dos actores, un equipo de cinco personas y unos monstruos que salen lo más lejos y desenfocados posible, el no tan joven cineasta logra lo imposible: una película de tíos que gusta a las chicas y una historia romántica que no aburrirá ni al que da de comer a la cabra de la legión. La historia transcurre seis años después de una invasión alienígena en la Tierra. Una amplia zona entre México y Estados Unidos se ha puesto en cuarentena, justo donde se conocen los protagonistas: un foto-periodista y la hija de su jefe, que hacía turismo en el lugar equivocado. De sus intérpretes, Whitney Able y Scoot McNairy, bastará con decir que a veces parecen los sorprendidos participantes de un reality. Sus interpretaciones no pueden ser más naturales, muy a tono con el resto de la cinta. Es ya un tópico decir que la necesidad aguza el ingenio, pero el modo en que Edwards convierte en virtud su escasez de presupuesto es digno de estudio. Su particular guerra de los mundos se ha comparado a «Distrito 9», con la que guarda semejanzas, pero el guión está mejor rematado y, ante la imposibilidad económica de exponer a los bicharracos, el director encuentra el modo de causar una inquietud mayor, al tiempo que no deja nunca que la acción ni la relación entre sus personajes se detenga. Y quien quiera extraer lecturas más profundas, tampoco sentirá que ha perdido el tiempo.

«Blog»

POR ANTONIO WEINRICHTER

La era digital a la que estamos irremisiblemente abocados (aunque cualquier día vuelvan a ponerse de moda los discos de pizarra) trae dos consecuencias para el cine. Son de sentido, o al menos de tamaño, opuesto. Hay un cine carísimo de efectos digitales, de infografía, que amenaza con prescindir hasta de los actores: ¿se podrá crear un star system de programas informáticos? Y hay un pequeño cine digital, casero, al alcance de cualquiera (Sony mediante) que, al contrario, se hace físicamente muy cerca del cuerpo de los actores y que casi por obligación trabaja o exhibe hasta lo obsceno la intimidad, lo privado. A esta segunda vía pertenece Blog, la notable opera prima de Elena Trapé, realizada literalmente muy cerca de su sorprendente grupo de jóvenes actrices protagonistas, que al parecer han contribuido con sus vivencias personales y con sus propias cámaras digitales al resultado final. Esa es una de las virtudes de Blog, la coherencia entre el fondo, las pequeñas historias que se montan este grupo de estudiantes, y la forma, el estilo con el que se nos presentan. Hay que decir que toda esta técnica de lo real no serviría de mucho, de todos modos, si no fuera por la verdad esencial de esos rostros vivaces, de esos gestos espontáneos, de ese porcentaje indiscernible de mezcla entre ficción y autodocumentación. Véase por ejemplo la estupenda secuencia en la que vemos sus reacciones ante una película porno, contrastando el ejercicio profesional del sexo con su noción romántica de la primera vez: un guión convencional no se acercaría ni de lejos a lo que aquí se nos ofrece, una versión digital y teenager de aquellas The Women de Anita Loos... Y así lo que podría quedarse en un episodio de lujo, de cine, de una de esas series juveniles de física y química, se convierte en un ajustado, cómplice retrato de grupo de psicología -y algo de fisiología- femenina.

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