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Confusos y en alerta

En alerta, confusa y desconfiada. Es la radiografía de España en crisis que hace el catedrático Víctor Pérez-Díaz tras una exhaustiva investigación que presenta mañana Rodrigo Rato

JAIME GARCÍA

VIRGINIA RÓDENAS

«De la crisis vamos a salir por nuestra cuenta, en gran parte. Para la gente, cada cual tratará de sacar la cabeza por sus propios medios y no por el Estado. Familia, familia y familia es la tabla de salvación. Y luego, amigos, redes sociales y economía sumergida con que tirar para adelante. El español sabe que ésa es la fórmula real y todo lo demás un bla-bla-bla. Sería un error que la sociedad se viera como víctima, “pobrecitos de nosotros que políticos tan malos, qué desgracia”, una infantilización que no lleva nada: España no puede convertirse en un país de niños quejándose de que los “papás” no les resuelven nada»

Los españoles aún le dan vueltas a su situación, no saben si la crisis va a durar tres años, cuatro...; pero aunque eso que pensaban ya lo empieza a decir el Gobierno, no se lo quieren confesar a sí mismos». Es la primera impresión del catedrático Víctor Pérez-Díaz, presidente de Analistas Socio-Políticos, quien ha diseccionado nuestro corpus social ante el desastre económico que nos toca vivir. Su análisis «Alerta y desconfiada: la sociedad española ante la crisis», que ha realizado junto al investigador Juan Carlos Rodríguez, exprime el sentir de los españoles a través de dos encuestas a la población adulta (de 18 a 75 años) celebradas entre septiembre- octubre de 2009 y octubre de 2010. El jugo de esa percepción trasluce que los españoles «están vigilantes, más cerca de la confusión y el recelo que de la claridad y la confianza, y que para afrontar la crisis sigue siendo necesario reconocer primero los hechos objetivos de gravedad y complejidad de la situación, y, segundo, los subjetivos de los límites cognitivos y morales de todos los actores, políticos y ciudadanos, elites socioeconómicas, profesionales o medios de comunicación. La gente -dice este doctor por Harvard- imagina cosas, está desesperada, confundida y alerta porque aún no entiende de qué va lo que sucede, aunque sabe que pasan cosas para las que hay que prepararse y ajustarse».

-La semana empezaba con la noticia de un comunicado de ETA, pero el terrorismo ya no está entre las primeras preocupaciones de los españoles.

-No, lo hemos descontado porque lo vivimos como un tema crónico con el que se vive sin resolver. La gente no espera ya mucho de lo que ve como un asunto enquistado.

-A la vista de su investigación parece que la gente no espera gran cosa de casi nada.

-Porque el problema económico también está enquistado. Frente a él se abren tres posibilidades: la inercia de que siga su curso, la posibilidad heroica de que las cosas mejoren por un acto de co voluntarismo y la catástrofe. De las tres, el español apuesta porque las cosas sigan su inercia, algo a lo que está acostumbrado el país.

-Lo cierto es que hemos visto cómo griegos, franceses o irlandeses se echaban a las calles. Frente a ellos, se habla de la española como una sociedad anestesiada, resignada.

-Esas manifestaciones y huelgas hay que situarlas porque muchas veces lo que reflejan es la posición de ciertas organizaciones preparadas para movilizar a la gente, latente ante un gobierno de centro-izquierda pero que se activaría si el gobierno cambiara. Y eso no indica per se un cambio de actitud de la sociedad, sino de la capacidad de movilización social de una organización. En España lo que hay es una actitud de pasividad relativa al grado de conocimiento y de la capacidad de organización. Una agitación sindical de huelga en España formaría parte de una efervescencia falsa.

-¿Y qué piensan los españoles de los sindicatos?

-Básicamente, lo que dicen, y que dice también su experiencia, es que son irrelevantes. Pero yo creo que se equivocan, porque son un problema, aunque manejable, ya que son susceptibles de modificación. Hay sindicatos en Europa, como los alemanes, con capacidad de adaptación a las distintas situaciones y de aceptar compromisos necesarios a largo plazo para mantener un nivel de empleo. Lo mismo ocurre en otros países y se ha hecho, para mayor escarnio, con gobiernos socialdemócratas. Porque esto no es una cuestión de izquierdas o derechas, sino de razonamiento sobre un bien común que afecta a toda la población.

- Resulta paradójico en su investigación que a pesar de que un 78% está en desacuerdo de cómo afronta el Gobierno la crisis, una mayoría (67%) siga pensando que papá-estado debería resolverle la papeleta.

-Porque hay un fondo de confusión sobre cómo funciona la economía. El sesgo estatista en España es muy fuerte, incluso mayor que en países con un sector público o estado muy potente como los escandinavos, donde la gente comprende lo que es una economía abierta, sobre todo cuando están acostumbrados a la competencia exterior, caso de Suecia, cuya economía no podría funcionar sino fuera capaz de exportar muchas cosas. Esos ciudadanos son realistas porque entienden la importancia de tener una economía fuerte, empresas que atiendan a la productividad y la competitividad, la imprescindible colaboración de los trabajadores, y flexibilidad en el manejo del sector público. Y claro, todo eso son aprendizajes que España no ha hecho.

-Valores como esfuerzo o sacrificio, coreados como claves para nuestra salvación, tampoco están en nuestros horizontes: un 75% está en contra de abaratar la contratación reduciendo costes de despido y sólo un 20% apoya aumentar los impuestos.

-Porque lo fundamental no es el esfuerzo o sacrificio per se, una cuestión de ascetismo religioso o masoquismo, sino el esfuerzo y sacrificio inteligente y racional. Y eso es lo que falta: entender cómo funciona una economía, una empresa, para que el esfuerzo sea útil. Todo eso haría que se entendiera mejor la situación.

-A la confusión y el desánimo se suma la percepción de los políticos, a los que se ve como enemigos en combate luchando por lo suyo, esto es por el poder (lo cree el 88%), lejos de la batalla por el bien común.

-La gente tiene esa desconfianza, pero al mismo tiempo vemos en el estudio que los españoles son medio consciente de que ellos tampoco se esfuerzan mucho por enterarse de las cosas, evitando discutir sobre ellas cuando hablan con personas que no piensan lo mismo, o sea que los defectos que tienen los políticos, y que son ciertos, tienen su reflejo en los defectos de la sociedad. La cuestión es que no se trata de los unos o de los otros, sino que entre todos mejoramos o la cosa no funciona. Desde luego, la crítica a la clase política es bastante dura porque la gente no se fía. La gran mayoría (76%) siente que los políticos no están motivados para resolver la crisis porque no sufren en su vida personal las consecuencias y son todavía más, el 88%, los que dicen que muchos políticos descalifican a sus adversarios para desviar la atención sobre su incapacidad para resolver el problema. Para el 69%, PSOE y PP se tratan entre sí más como auténticos enemigos que como adversarios políticos (29%) mientras que el país no les está diciendo liaros a muerte, sino todo lo contrario. En realidad, los encuestados dudan incluso de los políticos del partido que sienten más próximo, pues la gran mayoría (69%) les ve acomodaticios a las directrices de sus líderes a la hora de debatir, y también les percibe como atentos a los puntos de vista de los opositores sólo para rebatirlos mejor (76%) y no para incorporar ideas razonables (15%).

-Decía que la mayoría no busca contrastar informaciones, sino reafirmar lo que pensaba de antemano (el 70%). En EE.UU. hemos visto cómo tras el atentado contra una congresista demócrata se culpabilizaba a una radicalización de las opiniones.

-España es un país temperamental y que razona con dificultad porque la gente se exalta, somos muy perezosos en obtener información y se respeta muy poco las opiniones de los otros. En EE.UU. vemos a veces situaciones terribles como la que cita, pero allí están más acostumbrados a debatir: en 2008 votaban a Obama y dos años más tarde votaban a un congreso republicano que le va a complicar las cosas. Es decir, en sólo dos años cambian muy rápidamente sobre la base de una discusión política y social de lo que la gente entiende que está pasando. En España no hay costumbre de razonar con frialdad y de conservar la cabeza fría para entender lo que sucede y lo que podemos hacer. En EE.UU. se experimenta y si no funciona, se cambia, pero en España, por ejemplo, llevamos 30 años con unas leyes laborales que no se han modificado sustancialmente nunca y que nos han llevado siempre a una tasa de paro el doble que la europea. Cualquier país razonable hubiera dicho no vamos a estar 30 años empeñados en un mal experimento, modifiquémoslo; pero aquí estamos obsesionados por el statu quo, anclados en la timidez de los gobiernos para cambiar las cosas y una falta de discusión que es de sentido común.

-¿Qué pasa con la sociedad civil?

-Que aún no está en su sitio. Es un asunto pendiente. La sociedad tiene que desarrollar la capacidad de presionar por su cuenta y no como compañera de viaje de los partidos. A la gente se le pregunta por ejemplo cómo ve a los economistas, que son sociedad civil, y no los acaba de ver en ningún sitio.

-¿Saldremos reforzados de la crisis?

-Las experiencias por sí solas no enseñan nada. Esperar de por si de una catástrofe una iluminación es absurdo, tiene que ocurrir algo más, y eso es la luz de la razón. Pero si no entiendes lo que pasa puede que sólo saques en limpio que hay que salir corriendo.

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