TRIBUNA ABIERTA
Una caricia a la Gran Vía
El autor destaca el impulso urbanístico que ha experimentado Madrid pero aboga por la recuperación y puesta al día de la Gran Vía, «venida, imperdonablemente, a menos a sus 100 años»

El Ayuntamiento de Madrid está gravemente endeudado pero también lo estuvo Felipe II. Después de ganar Lepanto (1571)) se «embarcó», hasta superar el límite aconsejable para su gran inversión, La Armada Invencible, al querer invadir Inglaterra; y es que «no había enviado su flota a pelear con los elementos». Sin embargo la historia le mantiene, aunque frío, cruel y ambicioso, respetuosamente en lo alto. Consiguió más de lo que perdió: con Portugal, como imperio complementario, creó el más grande de la época y unificó por 60 años la Península Ibérica convirtiéndola, desde Europa, en metrópolis crucial para América, África y Asia.
Madrid le debe a Alberto Ruiz Gallardón la esperanza necesaria para elevarla al rango de Capital meridional indiscutida de Europa. Ahí es nada.
Serrano y su acrecida salud comercial, con el nuevo aparcamiento como vitamina terapéutica; la restauración de la Casa de la Villa en la Puerta del Sol, sobria y conseguida; la discutible de Correos en Cibeles; el criticado arreglo de algunas plazas -Lealtad, Ópera, ...- y, sobre todo, el sistema de anillos circundantes, -M30, M40- impulsan a Madrid para que vaya camino de.... Pero el estado de sus cuentas no le permite realizar, ni siquiera aplaudir, la recuperación y puesta al día de La Gran Vía, venida, imperdonablemente, a menos a sus 100 años.
Madrid tuvo su origen en El Alcázar, (después, 1735, Palacio Real), donde se situó su centro cordial. Centro que, al compás de su crecimiento poblacional, se fue trasladando hacia el Este -Mayor, Puerta del Sol, San Jerónimo y Alcalá, Neptuno y Cibeles-. Pero el tronco urbano, mediante entre el tortuoso centro y lo que hoy llamamos Bulevares, conformaba un poblado laberíntico, modesto y desestructurado. La apertura de la Gran Vía (1910-1920), alumbró un claro eje, Oeste-Este, que alegró a Madrid al compartir ortogonalmente su intención ordenadora con La Castellana que ocupaba, desde casi siempre, incluso como calzada real de ganado, el brazo Norte-Sur de la necesaria Cruz Axial de nuestra villa. Brazo vivo, libre y sin frontera, por el que se iba escapando la vida hacia el Norte presumido y arrogante: Colón, Nuevos Ministerios,... Los tiempos triunfales hicieron al Corte Inglés de Ríos Rosas mucho más rico que el de la calle Preciados; los subcéntricos rascacielos, caros y eufóricos, se asomaban, ya despectivos desde su altura, al viejo casco enmohecido.
En Roma , las Plazas del Popolo, de España, Navona, del Panteón, no humillan su primogenitura ni se someten a ningún crecimiento tardío.
En París, las Plazas Vendome, Tullerías, Concordia, Létoil, tampoco renuncian a su prioridad al revestirlas y actualizarlas continuamente.
En Londres , las Plazas Trafalgar, Leicester, Picadilly, se sienten seguras en la palpitación cardinal de un país amante de las tradiciones.
Los Ayuntamientos europeos acarician sus centros seminales en respuesta al orgullo y bienestar heráldico-nobiliario de sus habitantes.
A la Gran Vía no le bastan aniversarios festivos por centenarios: se ha hundido en sus valores comparativos; ha visto alejarse las tiendas caras, estrellas, camino de un norte con alturas y arquitecturas de receta pretenciosa. Para que la Gran Vía recupere su frescura, rejuvenezca y se anime, es menester que el tráfico rodado, el que no la tiene por destino, deje de usarla, ahumarla y ensordecerla como atajo oeste-este y, o disfrute de las circunvalaciones -M30, M40- o se sumerja, dejando el discurrir por superficie a taxis y transporte público, carga y descarga, mucho menos intensos y de presencia plausible. Tanto el peatón como el comercio rechazan la congestión circulatoria y, en consecuencia, hoteles, comercios y aceras pierden categoría.
Dicha inmersión serviría, además, a los nuevos aparcamientos pertinentes, (los centros europeos -París, Londres, Munich-, ofrecen un 100% más que el nuestro) y a los inmediatos ya existentes, descargando así los laberintos cuyo eje rasgó la Gran Vía hace 100 años.
Los edificios granviarios gozan en su tramo más cercano a Alcalá, de una arquitectura, de epidermis argumentada en sus relieves, solamente apreciable y amable a ritmo de paseo; su diseño -con torreones estratégicamente situados- logra la atención de la que desaparecen las medianerías, tan desgraciadas, (por ejemplo tras el palacio de Linares, en Cibeles). Los dos tramos inclinados en cuesta, (Alcalá, Montera y Callao-Plaza de España) tienen también inteligentemente resueltas las secuencias volumétricas con expresión polifacética a la vez que unitaria.
La cercanía al eje Granviario, cargado de atractivos edificios centenarios (El Carmen, Caballero de Gracia, S. Marcos, Las Descalzas Reales, Carboneros, San José, Las Calatravas, por mencionar los templos) va quedándose en barrio simpático al ceder su palpitación capital al rascacielismo que se distancia.
El bello y atractivo tratamiento con el que se está revistiendo la Avenida peatonal del Manzanares puede potenciar en alguna medida al Sur y defender al centro de la temida y citada huida hacia las «sierras nórdicas».
Pero el auténtico fiel de la balanza se sitúa en Cibeles punto en el que se encuentran y cruzan los dos brazos de la Cruz Urbana citada. Tanto el Paseo del Prado (anchura 120m.) como el de Recoletos (89m.) y la Castellana (75m.) tienen muy generosa amplitud que permitiría, (si se hundieran 5.00 mts. sus circulaciones rodadas a cielo abierto, salvadas con una secuencia de puentes, espaciados lo preciso), el establecimiento de un espléndido parque lineal para el encuentro metropolitano de los madrileños. No sería necesario cambiar de cota ni a las plazas, Cibeles, Colón y Neptuno, ni a las aceras laterales; sólo facilitar la intercomunicación entre los jardines centrales de las Avenidas, rasgadas al sumergir sus flujos rápidos motorizados. Hay que recordar que las edificaciones situadas a ambos lados sobre aceras gozan de unas vías de servicio continuas e inmediatas.
Las sendas comunicativas fijadas a lo largo de milenios (cañadas reales como la de La Castellana, Paseo del Prado) deben respetarse porque forman parte orgánica del cuerpo cívico. Y, no deben recargarse espacios (como la calle Alfonso XII) que rendían su servicio a conjuntos residenciales acostumbrados por más de un siglo, a asomarse al mayor y mejor parque dedicado a su atención preferente, sería alcaldada injustificable.
La frontera circulatoria Oeste, Sur, Este de Madrid definida por la M30, rodada, y por la Avenida del Manzanares, peatonal, está a la altura a la que debe aspirar como capital meridional de Europa. La frontera oeste, delimitada por la Casa Campo, El Pardo y Viñuelas, se siente protegida por paisajes sacralizados alguno de los cuales debería convertirse en corazón verde de una futura metrópolis, crecedera hacia El Paular. Se detendría así el avance denostado -queda claro- hacia Aranjuez y Toledo.
Barajas, Valdebebas y La Moraleja rematan con contemporaneidad arquitectónica, de densidad media, el inexorable crecimiento de la capital hacia el Norte.
Es preciso, por tanto, mimar el Centro: la Cruz (Gran Vía, Alcalá - Prado Castellana) dando prioridad al hombre a pie, a ritmo observador, entre verduras, jardines, flores, sonidos controlados y cultura. Museos, teatros, Belleza, significación, orgullo histórico.
Estas simplificadas advertencias, aparentemente elementales, son de las que incrementarían la identidad memorable de nuestra ciudad. Hoy, todavía, Madrid es incomprendida y, aunque querida, por simpática, criticada por gastona. Felipe también lo fue y sus veinte últimos años son, sin embargo, los más gloriosos de La Historia de España.
MIGUEL DE ORIOL E YBARRA ES DOCTOR ARQUITECTO
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