TARJETA DE EMBARQUE
Fin de oasis tunecino
Cuando, a mediados de los 80 Abel Matutes era comisario europeo viajó a Túnez para ser recibido por Habib Burguiba, que presidía el país desde su independencia, en 1957. Burguiba, que, por entonces, no controlaba ya bien su memoria, preguntó a Matutes: «Y mi amigoFranco, ¿cómo está?», a lo que Matutes, tras un primer momento de sorpresa y las miradas cómplices de los ayudantes de Burguiba, replicó con reflejos: «No sé, la verdad. Como yo vivo en Bruselas...».
Poco después de aquello, Ben Alí, alegando senilidad de Burguiba, dió un golpe de Estado y, desde entonces, Túnez se vio inmerso en una dictadura, a la que los países occidentales no han prestado excesiva atención. A muchos de ellos, les queda muy lejos. A unos pocos, más interesados en su evolución, como Francia o España, les ha resultado más cómodo mirar hacia otro lado, mientras se mantuviera estable y los movimientos islamistas estuvieran controlados.
En 1995, poco antes de abandonar La Moncloa, Felipe González acordó con Túnez unas Reuniones de Alto Nivel, al estilo de las establecidas con Marruecos en 1991. Eran los tiempos en que los europeos mimaban al régimen tunecino y situaban sus relaciones al mismo nivel que con Rabat, obviando que había cientos de presos de conciencia y un deficiente respeto de los derechos humanos.
Los gobiernos de Aznar continuaron con aquellas cumbres bilaterales, sin mucho entusiasmo, ciertamente, pero sin reclamar en exceso a Ben Alí un mayor compromiso con la democracia. Y lo mismo ha sucedido con Zapatero en el poder, lo cual no es de extrañar, si se tiene en cuenta las escasas veces que este Gobierno levanta la voz cuando se violan los derechos humanos, ya sea en Cuba, en China, en Rusia o en Marruecos o frente a las persecuciones de cristianos en países islámicos.
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