ETA está muy debilitada. Cierto. Una parte de ETA, Batasuna, preferiría dejar el terrorismo. Cierto, también. Y, sin embargo, no hay manera de que ETA acabe de una vez por todas. Y nos encontramos por enésima vez con el mismo comunicado de siempre y con los mismos ingenuos de siempre que pensaban que esta vez sí, que esta era la vencida. Y que tendríamos el comunicado de la renuncia final de ETA.
Para saber que eso no iba a ser así, bastaba con leer la magnífica crónica de Itziar Reyero en este periódico dos días antes del comunicado. Una crónica sobre los ocho jugadores de la Real Sociedad que apoyaron la marcha de los presos de ETA en Bilbao, sobre los asesinados por ETA vinculados a la Real Sociedad y sobre la opinión mayoritaria de la directiva de ese club favorable a hacer la vista gorda sobre la posición proetarra de varios de sus jugadores.
He ahí, en las historias cruzadas de esa crónica, de los asesinados, de los proetarras y de los silenciosos, un perfecto resumen de la sociología vasca. Y la más atinada explicación de la persistencia de ETA. No habrá final de ETA mientras la banda encuentre este grado de legitimación social. En forma de la comprensión de una parte importantísima de las élites vascas. En este caso, nada más y nada menos que de quienes son considerados por los jóvenes vascos modelos de admiración y emulación como los jugadores de la Real.
Añádase a lo anterior el repaso habitual a lo mal que les va en el País Vasco a quienes se pronuncian públicamente contra ETA. O lo imprescindible que es estar callado para prosperar en esa sociedad. Y nos encontraremos con todas las claves para entender el comunicado de ETA. Están derrotados policialmente, pero no socialmente. Ni mucho menos. Aún mandan, aún consiguen apoyos, aún determinan la suerte de quien se atreva a retarlos o de quien se someta a mantener la boca cerrada.
