ENTREVISTA
«Niñas madre hacen de máquinas incubadoras»
Isabel Muñoz, fotógrafa, denuncia la dureza de la infancia en cuatro continentes

-En Occidente no valoramos el derecho a existir, un bien preciado que se tambalea en las infancias del llamado «Tercer mundo».
-Ni el derecho a tener papeles, porque nacimos con ellos. En Nueva Delhi, (India), Raisa tiene tres años. Un día, su madre se va a ver a la abuela de Raisa. Ella piensa que podría seguir su rastro para encontrarlas. Raisa coge a su hermanito pequeño y se aventuran en su búsqueda, pero no encuentran nada...
-Por fortuna, no cayeron en manos criminales.
-Tuvieron la suerte de que dieran con la Policía en vez de con mafias horribles. Raisa fue recogida en el orfanato de Don Bosco. Ella nació con el don de los bailarines. Su ilusión es bailar. ¡Será profesora!
-¿Y la angustia que se apoderaría de ellos?
-El problema es que, como en Nueva Delhi no están censados, no nos podemos imaginar la angustia de esa madre y de sus pequeños. Es algo que tampoco valoramos. Mire, acabo de hacer un trabajo fotográfico en la frontera sur entre México y Guatemala sobre la inmigración. Ahí también te das cuentas de lo que significa el hecho de no existir.
-¿Raisa sigue en el orfanato?
-En el Don Bosco, que es una maravilla, aunque no tiene nada que ver con los centros que conocemos.
-¿Y sus padres?
-No sabemos. Ese es el problema. Como Raisa hay miles de casos. Raisa ha tenido la suerte de no ser capturada por las mafias criminales...
-Explotación, trata de niños, órganos... un infierno. La película «Slumdog Millonaire» te deja noqueado. La vida real derrota a la ficción.
-Desgraciadamente, ocurre así en la India y en muchos sitios. Por ejemplo, hay un proyecto de Unicef, maravilloso, en Filipinas, que rescata a los niños que han sido robados por esas mafias; criaturas que no han sabido lo que es jugar, o han sido abandonados por sus padres, o se han perdido...
-Hábleme de Mainé...
-En Lesoto una generación entera ha desaparecido por el sida, y existe un proyecto para atacarlo antes de que el bebé nazca. Una foto para mí resumiría esa esperanza de la que he podido ser testigo: una madre embarazada, donde se ve la tripa de ella y las manos del hermanito. Mainé vive en una choza, que está vacía, pero en una esquina dentro de ella tiene todas sus pertenencias, en una pequeñita maleta. Hay un reloj. Mainé tiene una abuela africana, llena de dignidad, verdadera reina, y ese reloj le recuerda los horarios para tomar los retrovirales, que han tenido la suerte de recibir.
-¿Y las niñas madre que hipotecan su infancia?
-Es el «Proyecto canguro». Cuando nacen los bebés prematuros, y no hay medios para incubadoras, colocan al bebé recién nacido atado al lado de su madre: la incubadora es esa madre. Ha dado éxitos extraordinarios. Esas madres son niñas que tendrían que estar jugando, disfrutando de su infancia.
-¿Lecciones que dan esos maravillosos seres?
-La generosidad y el poder que tienen: ante cualquier situación, en lo más duro que uno se pueda imaginar, ellos son capaces de soñar y pensar en el futuro de una forma que nosotros hemos perdido. Claro, que sus pesadilllas seguirán ahí toda su vida. Tienen ganas de ser mejores con la enseñanza, que es la forma que tienen ellos de salir.
-¿Qué quieren transmitir esos niños a otros de su edad?
-Todos coincidían: les animan a que estudien. También les preguntábamos qué harían si ellos fueran superhéroes. Una niña preciosa, kurda, que estaba en el campo de Chatila, fue abandonada junto con sus tres hermanas y su madre por su padre sirio. El padre no les daba los papeles, y no podían salir de ese campo. Y esa niña nos dijo: «A mí me gustaría transmitirles a todas las chicas que, por favor, cuando se casen no elijan a un sirio».
-¿Cómo es una infancia sin poder jugar?
-El horror. Hay que invertir en los estudios y luchar: es lo que te saca de toda miseria.
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