Gracias a Del Bosque, Casillas, Iniesta, Xavi, Piqué…a todos ellos que consiguieron esa Copa del Mundo que lleva cinco meses, desde aquella gran victoria en Sudáfrica, dando vueltas por España para que cientos de miles de españoles puedan presumir de tener en un lugar de honor de sus hogares su foto, enmarcada, con el preciado premio. Como el Rey.
Su triunfo es lo mejor que nos ha pasado a los españoles en este año a punto de concluir. Incluso, me atrevería a decir, lo único bueno que hemos logrado como país. Su imagen vale como el conjuro que nos hace olvidar el paro de jóvenes y mayores, la angustia de los pequeños empresarios, la desazón de los pensionistas, la perplejidad de quienes no acaban de aceptar que hemos dejado de ser tan prósperos como nos prometían, el dolor de los que sienten que se resquebraja la unidad de España. El recuerdo de nuestros chicos ganando es un bálsamo mucho más eficaz que una opípara cena navideña o un largo brindis con el mejor de los cavas para olvidar las penas y sonreír, al fin.
Además, son un ejemplo. El ejemplo que quiso subrayar el Rey en su mensaje de Nochebuena para acompañar con una potente imagen su llamamiento a la unidad, la responsabilidad y la solidaridad para salir de la crisis. Si lo hicieron ellos podemos conseguirlo todos nosotros, nos dijo Don Juan Carlos. Y hasta el menos aficionado a los análisis sofisticados comprendió al instante que si en política tuviéramos un gran entrenador, un equipo de figuras que se pasan el balón sin personalismos, una potente defensa y unos ágiles rematadores llegaríamos a ser campeones mundiales de otra cosa que no fuera el fútbol. Y también que, lejos de deprimirnos ante semejante tarea, hay que intentarlo.
En cuanto a la foto en sí, he escuchado críticas porque el Rey haya sustituido la foto de su familia con la que compareció en mensajes navideños anteriores por la de la selección. Quienes se quejan por ello minusvaloran la capacidad de Don Juan Carlos para permanecer en sintonía con los españoles de a pie. No queda en este país una sola persona que habiendo logrado una foto con la copa en brazos no haya desplazado la de sus nietecitos del lugar más destacado de su salón. Como el Rey.