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Llueve arte para los niños en Colón

La Ciudad de los Niños abre con actividades, música y espectáculos para todos los públicos

JOSÉ ALFONSO

S. MEDIALDEA

Porque divertirse es mucho más que ver la tele o jugar con una consola, la Ciudad de los Niños volvió a abrir ayer sus puertas en la plaza de Colón , para solaz y disfrute de niños pequeños y grandes. Hasta el 2 de enero, espectáculos de música, baile, teatro, juegos y habilidad —unos gratuitos y otros de pago— mostrarán a los infantes el significado de conceptos como magia, ilusión o fantasía.

Ni siquiera la lluvia, persistente e incómoda, desanimó ayer los chavales, que estrenaban vacaciones y Ciudad de los Niños. Unos visitaron el espectáculo «Flamenco kids», donde sentados sobre cojines multicolores aprendían de un camaleón daltónico, un erizo bailarín y un cangrejo soñador qué es y a qué suena el flamenco.

La concejal de Las Artes, Alicia Moreno, recorrió las instalaciones y, por cierto, tuvo algún problema para abandonar el laberinto —un espacio abierto y transparente de donde se sale tras descifrar enigmas y adivinanzas y superar pruebas de habilidad—. Uno de los niños halló por casualidad —«la he encontrado haciendo el tonto»— una puerta elástica, por donde la concejal se escabulló.

Los holandeses Odd Enijers son los responsables del montaje «Wood of steel», un largo pasillo formado por tubos-campana que suenan al paso de los participantes, a los que previamente se ha vestido con una tosca capa. La velocidad, la intención y el ritmo del paso hacen variar la música, que además se acompaña por el largo lamento de una sirena.

Títeres con encanto

En el recinto Entresort, la compañía Ne me títere pas ofrece propuestas de gran belleza: una antigua caravana, primorosamente decorada, sorprende desde la puerta: en el interior hay un minipatio de butacas con 20 localidades, y la ventana es el escenario donde se representa «Perséfone y la granada». En la Tienda Negra, la compañía de Titeres 4Caminos viaja a los 70 con muebles, decorados y música de una época que recuerdan los padres y sorprende a los niños.

Hay una máquina de escribir, cuyo papel sube por una polea y permite leer lo que va dejando allí quien quiere escribir. «Me preguntó una chica al verla: ¿dónde está el “enter”?», explica el maestro de ceremonias, encargado de guiar a los visitantes por este recinto.

Feria de los imposibles

El Centro Fernán Gómez —a punto de terminar una reforma que transforma en oficinas la zona que antes ocupaba la cascada de agua— es el contenedor de «La feria de los imposibles»: un mundo con juguetes antiguos, artilugios de ingenio, cajas misteriosas, espejos deformantes, caleidoscopios, y todo con una estética de principios del siglo —del pasado—. Los clásicos dibujos donde se ve, según se mire, una copa o dos caras; una señora anciana o una joven; la cara de Leonardo Da Vinci pintando a Leonardo Da Vinci o un hombre montando a caballo... un disco de madera con un pájaro y una jaula, que al girar consigue el artificio de enjaular al ave... un mundo de fantasía donde vencer al aburrimiento en Navidad.

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