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ABC Cultural

España payasa

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

La propia física del director delata por completo el alma de la mecánica de su cine, tan grueso y tan fino, sutil y delgado a la vez, y esta película es probablemente con la que tiene una mayor relación física y espiritual. «Balada triste de trompeta» es a la filmografía de Álex de la Iglesia lo que este hombretón a su geografía anterior: una estilización, un aprovechamiento de las formas, un mayor equilibrio entre el continente y el contenido. Que nadie piense que «Balada triste de trompeta» es una sílfide (como tampoco lo es, a pesar de su notable progreso en ese sentido, el director), porque aún goza de todo ese exceso, de todo ese corpachón que se desborda, seña de identidad de este cineasta, pero tiene la película un cuerpo tan estremecedor, tan pulido y afinado que todo el lomo excesivo, lo grueso, lo brutal, lo sangriento, lo tragicómico queda perfectamente veteado por la sabrosa carnalidad de su metáfora, a pesar de que, en esencia, habla de lo que ya sabemos, ya tememos.

España, el circo, la duplicidad o la bipolaridad, el payaso listo y el payaso tonto, la guerra, la posguerra, los años del equilibrista, el ADN patético y sentimental de un país (ya en el estremecedor arranque, entre títulos de crédito, se nos ofrece el mapa de nuestro «tesoro» interior), en el que los adjetivos preceden a lo sustantivo, la risa y el llanto como la cara y la cruz con la que se acuña irremisiblemente nuestra moneda. Tal vez no resulte excesivamente ingenioso el personalizar el cansino dilema de las dos Españas en una pareja de irreconciliables payasos, pero su solución en la historia, en la pantalla, es a la vez tan grosera como delicada o incluso romántica y le permite a cualquier espectador «sano» mantenerse a una distancia saludable de ellos y de su idea: Álex de la Iglesia ama y detesta a los dos personajes (es decir, los hace amables y detestables)..., más aún: buscar personajes íntegros en esta película es tan vano como buscarlos en la actualidad política o deportiva. Película, pues, de un pesimismo agridulce y lúcido.

Pero tiene otra cara esta balada triste de Álex de la Iglesia, y es su descacharrante sentido del humor, tan gracioso como goyesco, tan excesivo como valleinclanesco, tan fuera de horma como berlanguiano, tan esperpéntico como quevedesco... La potencia de sus imágenes y lo imprevisible de sus instantes gloriosos la convierten en un menú para insaciables..., y sin el más mínimo temor al ridículo. Hay infinidad de actores, infinidad de talento y entrega en todos ellos, aunque el foco convierta a dos en el paradigma de una nevera llena: Carlos Areces y Antonio de la Torre son las mayúsculas de esta película, pero también su letra pequeña. Son lo que somos.

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