a contracorriente
La Galicia eterna
Ya que no pueden conocer la verdad, nuestros sabios se contentan con atrapar subvenciones y sinecuras
NOS lo enseñó Américo Castro en Sobre el nombre y el quién de los españoles . El pueblo español es, como todos, producto de la historia y nace —como la misma palabra «español»— en la Edad Media. Es ridículo hablar de españoles en tiempos de los romanos, es ridículo buscar en Séneca y Marcial nuestras características «raciales». Ellos eran hispanorromanos, no españoles. Nadie habla, por ampliar el ejemplo, de franceses en la antigüedad ni pretende que ingleses, italianos, suizos existan desde siempre.
Hete aquí, sin embargo, que en un recuncho de Europa, hay un pueblo eterno que resiste cambios culturales, demográficos e invasiones. Nuestra cultura gallega «existe dende que a descubriron os romanos» quienes «déronnos un nome coletivo», afirma Barreiro Fernández, comisario de la exposición Ex libris Gallaeciae que se presenta ahora en la Cidade da Cultura. Por él nos enteramos de que, antes de que Bruto el Galaico cruzara el Limia (ahora dicen que el Leça, junto a Oporto), ya existíamos los gallegos….
Por supuesto, sabemos todos que la provincia de Gallaecia ocupaba espacios distintos a los de hoy. No sólo ha perdido el sur entre Miño y Duero; sus fronteras orientales alcanzaban probablemente hasta Cantabria. De ella, conservamos el nombre, originario de una de las distintas tribus que ocupaban el territorio. En Gallaecia, no había gallegos, sino —con el tiempo— galaico-romanos. Nos queda algo de su sangre; nos separa un abismo de milenios y cambios.
Barreiro Fernández lo sabe. Es un gran historiador, preparado e inteligente. ¿Por qué cae entonces en tales desvaríos? La respuesta nos la da él mismo en sus declaraciones a la prensa: «Non quixemos xuntar unha colección de volumes vellos (sic), senón artellar un discurso subxacente». Por tanto, el objetivo de la exposición no es mostrar una historia del libro gallego, sino «articular un discurso», construir el Relato Patrio, en jerga posmoderna. Y este discurso se edifica sobre la idea de una sempiterna Galicia que expresaba su identidad, única y distinta, antes en latín, luego en gallego.
Esta exposición busca probar la pervivencia de nuestra cultura, pero me temo que no hace más que constatar su fatal caída. Me refiero a nuestra cultura occidental. Otrora sus sabios buscaban orgullosos la verdad, y defendían la libertad y la razón, a despecho de los dogmas; hoy no creen en la Verdad, y aún menos en la Razón. Sus historiadores han desistido de la esperanza de que hechos y palabras les acerquen al pasado. Han concluido, pues, que, como todo es relativo, todo es válido. Y se conforman con «articular discursos», discursos acomodaticios con el poder, discursos que legitiman fastos y farsas. Ya que no pueden conocer la verdad, nuestros sabios se contentan con atrapar subvenciones y sinecuras.
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