La incógnita quedó resuelta desde las primeras israelitas, a mediodía. La mayor participación corrigió luego los casi 40 escaños de distancia que separaban entonces a los dos principales partidos, pero aun así 34 escaños median entre CiU y el PSC, una diferencia no vista desde los tiempos de Pujol. Mas gobernará con comodidad toda la legislatura y recupera una centralidad en la política española que se había ido apagando, primero con su salida del poder y más tarde tras el pacto frustrado (por Montilla) con Zapatero. Mas sigue sin perdonárselo.
Pero esta CiU no es la de Pujol: más soberanista, pero menos comunitarista y más liberal. Pragmática de día; vindicativa de noche. Mas, ya lo ha dicho, no planteará una consulta soberanista mientras ello divida más la sociedad catalana. Así que traduce sus reivindicaciones territoriales en dinero contante: el concierto; que divide mucho menos. Será un negociador amable pero duro. Con cualquier interlocutor nacional que le necesite después de 2012.
Pero estas elecciones dejan otra incógnita por despejar. Montilla se va, pero no ha dicho cuándo. Falta año y medio para el próximo congreso y la opinión dominante es que si no acomete su renovación antes de las municipales puede sufrir un serio revés donde es más fuerte electoralmente. Pero esa renovación del PSC plantea el dilema añadido de cuál de sus dos almas prevalecerá. Hay quien prevé una opa del PSOE sobre el sector catalanista y, con ella, el fin de un modelo que le permitió jugar como primer espada en Cataluña.
Y queda el PP. Su notable comportamiento hay que medirlo más en términos nacionales que catalanes. No será una fuerza decisiva en Cataluña pero supera una asignatura pendiente. Cataluña y Andalucía eran sus agujeros negros en las generales. El nuevo mapa electoral catalán, señalan algunos, es sospechosamente idéntico al de 1995, vísperas del primer triunfo de Aznar.
