EL sobrino de Claudio deslizaba sus dedos sobre las cuerdas de la lira mientras Roma ardía a sus pies. Nerón sucedió a su tío, que había heredado de Calígula, quien en realidad se llamaba Cayo César y fue el primer emperador en proclamarse dios. Como quiera que su padre, el general Germánico —a su vez hijo adoptivo de Tiberio—, se lo llevaba al campo de batalla y el niño se calzaba las «caligas» de los soldados, éstos dieron en llamarle así, «botitas». Con el tiempo, la criatura nombró cónsul a su caballo Incitatus, Impetuoso en castellano. Llamar así a un caballo no ha sido el único ejemplo que ha cundido. El recurso de tocar la lira ante las catástrofes había caído en desuso, afectado sin duda por la desaparición de la lira a favor del euro. Los cataclismos, sin embargo, están a la orden del día, de modo que el incendio de Roma no es más que una leyenda urbana (ni siquiera está claro que Nerón tuviera algo que ver) al lado de la devastación de la crisis, un auténtico tiberio, ya puestos. La confusión es tal que se planea como panacea lo que es un «qué remedio». Recortar prestaciones, despedir funcionarios y suprimir ventanillas no es la receta para afrontar una intervención sino sus consecuencias. Hay poca diferencia entre lo que se tendría que hacer y lo que va a ocurrir, salvo por el detalle no menor de que cuanto más se tarda en afrontar una gangrena más trozo hay que amputar. «No huyas, que es peor», se suele decir en estos casos.
Lira o lirón, Zapatero toca de oreja, pero con la convicción de un emperador romano. Sólo así se entiende el tránsito que va de Rodiezmo a llamar a capítulo al gran capital, un sendero jalonado de mojones cuya textura es la de un relato alemán de entreguerras. Y si lo que mal empieza, mal acaba, esto no ha hecho más que empezar. Los motoristas van como locos de los palacios a los despachos y viceversa. Mientras, los mares adoptan la perfecta quietud previa al tsunami. Como si no pasara nada, pero infestado de «charlies» a las tres. Diciembre es el largo plazo y lo poco que se sabe es el destilado de inferir exactamente lo contrario de lo que diga Salgado. Si España no está en quiebra es que está en venta, pero el último inquilino de La Moncloa, al menos de momento, se fuma un puro y pasa revista, lee la cartilla y pega un repaso a los ricos, tal que el cocalero Morales con los pinches gringos y gallegos. Parece mentira, ante el desamparo de los sin techo, la desesperación de los sin empleo y la incertidumbre de los sin futuro, tercios sin diputados. En el acelerado retroceso histórico, Zapatero saca pecho y lo mismo que prohíbe las misas en el Valle de los Caídos reinventa las cacerías de El Pardo en La Moncloa. Inconsistencia, incoherencia e incompetencia, el tres en uno de la fase terminal de la política en España. O el último que apague la luz.
El presidente da un paso al frente y resuelve el dilema ibérico. Portugal se escuda en España, donde el Estado se traga al mercado y las agendas de las cuentas de resultados son trituradas por la agenda de la política regional. Cancelados vuelos y siestas, la posteridad hablará de la orquesta del Titánic, del frac antes de la tempestad, de un sonrían por favor a una orden del «botitas». ¿Y para eso sirve ser jefe? Sí, la crisis también es de valores.