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AL DÍA

A Gallardón lo salva Balzac

La de Gallardón es una deuda fascista, es decir, sólida: a mí no me gustan los túneles de la M-30 ni las aceras de Serrano, pero ahí están

IGNACIO RUIZ QUINTANO

No votaré a Gallardón, pero porque uno no vota: existe un precepto biológico según el cual no es inteligente gastar en cazar más energía de la que te proporcione almorzar. Y, si votara, tampoco le votaría, aunque sólo por haber infestado las aceras de tontos rodados, es decir, tontos en bici o motocicleta. La deuda, en el caso de Gallardón, es lo de menos, al margen de la trapacería zapateril de avalar la deuda irlandesa y renegar de la deuda madrileña. La de Gallardón no es una deuda progresista, es decir, gaseosa: el dinero desaparece y nadie sabe dónde está. La de Gallardón es una deuda fascista, es decir, sólida: a mí no me gustan los túneles de la M-30 ni las aceras de Serrano, pero ahí están. Mas Gallardón es un liberal preso de un pánico infinito a no parecer liberal, según la precisa descripción que del tipo hiciera el doctor Marañón en su tremendo artículo «Liberalismo y comunismo». Y Gallardón se ve obligado a distraer un pico del presupuesto en pitanza para los cómicos, que han de tener siempre la boca ocupada: o con rulitos de escabeche o con la palabra «fascista». Lo que nos cuesta a los vecinos que los cómicos no llamen «fascista» a Gallardón está en la libreta de hule de Alicia Moreno, y no es para asustarse. Tampoco es para asustarse lo de los túneles o lo de las aceras, pero el periódico global en español dice que sí porque Rubalcaba ha mandado a «faisanar» a Gallardón para que suelte la Alcaldía. A mí Gallardón me debe una película de Mozart, pero hoy pongo en manos de Gallardón una escapatoria airosa: «El arte de pagar sus deudas y de satisfacer a sus acreedores sin gastar un céntimo»; autor, Balzac; editor, el poeta y bibliófilo Abelardo Linares. «Aforismo XVII: “...¡Lo que otro tiene en el bolsillo estaría mucho mejor en el mío!... Lárgate, para que pueda sentarme yo en tu puesto!...” En pocas palabras, éste es el principio básico de toda moral».

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