Denostado cual fue por la mayor parte del Occidente al que intentó defender de múltiples amenazas, George Bush pronunció un discurso sobre el estado de la Unión el 29 de enero de 2002 en el que habló del «Eje del mal» —que en la redacción original era el «Eje del odio y el mal»— en referencia a tres países: Irak, Irán y Corea del Norte.
Entre tanto, Irak, el único país en el que se intervino militarmente es hoy una sociedad gravemente dañada, mas en proceso de reconstrucción y con una incipiente democracia en la que un parlamento sin mayorías se resuelve con meses de diálogo y no con golpes de Estado como en otros intentos liberalizadores en la historia de la región.
El segundo del listado del «Eje del Mal», Irán, es hoy una grave amenaza para toda la región. El mundo entero está convencido de que Ahmadineyad y sus ayatolás prosiguen un programa nuclear sin intenciones pacíficas que tiene en el objetivo a Israel, la cabeza de puente de Occidente en la región. Y la tercera pata del banco se convirtió ayer en cañón de fusil y disparó sobre el vecino del sur. Todavía recuerdo cuando David Frum escribió este discurso del «Eje del Mal» para Bush cómo debió soportar múltiples acusaciones de haber introducido en el texto a Pyongyang para disimular y no ser acusados de fijarse sólo en Oriente Medio y los enemigos de Israel.
Pues bien, apenas nueve años después las advertencias del «Eje del Mal» se cumplen sin excepción. Los dos integrantes del Eje a los que nadie ha parado los pies siguen haciendo de la fuerza y la amenaza su arma preferida. Y sus gobernantes saben que pueden contar con la debilidad que padecen las democracias contra sistemas totalitarios, ya sean de corte teocrático —como Irán— o estalinista: Corea, ayer, nos atacó a todos.
