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El Rey más cercano a los españoles

Don Juan Carlos ha expresado en sus discursos su preocupación por los parados y el futuro que les espera

ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

Al Rey no le gustan las celebraciones. Incluso, cuando considera que los aplausos a su persona se prolongan demasiado, en seguida hace un gesto amable para que cesen. Pero, además, el Rey sabe que en estos momentos tampoco está España para celebraciones. Don Juan Carlos es consciente de que, si no somos capaces de salir de la crisis, estos 35 años de prosperidad podrían convertirse en un paréntesis en la historia de España.

Forjado desde que era un niño en la adversidad, al Rey no le desaniman los problemas, por muy graves que sean, pero sí le preocupa que no se aborden con la fuerza que daría la unidad, sobre todo cuando ocasionan tanto sufrimiento a millones de personas, como las que están en estos momentos sin trabajo. Y lo cierto es que el ambiente político parece demasiado enrarecido y poco favorable para desarrollar las soluciones que el Rey viene proponiendo desde hace más de dos años, cuando a la crisis se la llamaba «turbulencias financieras».

Siempre respetuoso con su condición de Monarca constitucional, que no tiene responsabilidades ejecutivas, Don Juan Carlos no renuncia a «arbitrar y moderar» el funcionamiento regular de las instituciones, como establece la Constitución.

Don Juan Carlos afronta el aniversario del Reinado con esta preocupación, pero también con la entereza de ánimo de la que ha hecho gala en otras ocasiones y que le ha permitido inyectar ilusión y esperanza a una sociedad que lucha por salir adelante. «Sabemos cuál es el camino a seguir», afirma, convencido de que si en el pasado los españoles consiguieron superar momentos difíciles, ahora también lo pueden lograr.

Si este aniversario invita a Don Juan Carlos a mirar atrás, recordará la senda de dificultades y obstáculos que empezó a recorrer 27 años antes de verse proclamado Rey, cuando a los diez años, y lleno de tristeza y soledad, se separó de sus padres y amigos para subirse en Lisboa al Lusitania Express, que le trajo por vez primera a España, la tierra de la que tanto había oído hablar a su padre. Aquel día empezó su largo camino para lograr la restauración de la Monarquía, que «tan beneficiosa ha sido para España», pero por la que Don Juan Carlos tuvo que pagar «un alto precio en términos humanos», según Paul Preston.

A lo largo de su Reinado, el más largo desde Felipe V, los españoles han tenido la oportunidad de conocer a su Rey como nunca antes habían podido hacerlo en la historia, no solo por la existencia de medios de comunicación, como la televisión o internet, que no existían con anterioridad, sino también porque ningún Monarca, ni siquiera los de las Cortes itinerantes de la Edad Media, ha viajado tanto como él por todas las ciudades de España, ni se ha acercado tanto al pueblo para compartir con él sus momentos de alegría y tristeza.

Romper el hielo

Los españoles conocen al Rey campechano y bromista, capaz de romper el hielo en situaciones complicadas, pero también al Rey enfadado, como cuando mandó callar a Hugo Chávez en una Cumbre Iberoamericana. Al Rey con cuajo que paró el golpe la noche del 23-F, y al Rey apasionado ante una final deportiva. Han visto al Rey llorar, ante la muerte de seres queridos y ante tantas tragedias, y al Rey tierno, sobre todo cuando está con niños. Al Rey padre, con su Heredero, el Príncipe de Asturias, y sus hijas Doña Elena y Doña Cristina. Y al Rey abuelo, con sus ocho nietos, entre ellos, la Infanta Leonor, el tercer eslabón de la cadena dinástica.

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