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El enemigo, en la cama de al lado

En un hospital de Somalia se recuperan, a medio metro de distancia, un joven al que arrancaron la lengua y un miembro de la milicia rival que perdió los dos ojos

Eduardo s. molano

eduardo s. molano

«Los hombres deben lanzarse entre ellos piedras, nunca palabras». En el hospital «Hope Gate» de la capital de Somalia, Mogadiscio; dos camas -apenas distantes medio metro- hace tiempo que buscan retomar el sentido de este viejo proverbio local. En una de ellas se encuentra Ahmed Calishute, de sólo 25 años. Aunque sea James Kiyengo, doctor jefe del centro sanitario, quien deba poner palabras a su historia.

«El pasado 9 de junio, Calishute acudía junto a dos compañeros a su jornada laboral en el mercado de Bakara -donde trabajaba como porteador-, cuando fue aprendido por milicianos de Al Shabab (considerada la rama de Al Qaida en la región). Nada más ser detenidos, los tres jóvenes fueron acusados de trabajar como informadores para las tropas de la Unión Africana en el país (Amisom). Por ello, se les sentenció a que sus lenguas fueras cercenadas», asegura a ABC el doctor Kiyengo.

La condena fue aplicada en ese mismo instante y los tres jóvenes sufrieron la amputación de sus órganos . Sin embargo, y pese a que los dos compañeros de Calishute murieron desangrados entre la turba, el joven somalí logró encontrar refugio en el hospital «Hope Gate». «Nada más llegar, tuvimos que operarle de urgencia para detener la hemorragia. Es un milagro que sobreviviera», asegura el médico.

Analfabeto y con el habla perdida, el personal del centro sanitario se empeña, en los últimos días, en enseñarle a escribir para que pueda comunicarse con el resto de compañeros. Sin embargo, lo cierto es que el destino de Calishute parece alejado de Somalia. «Al conocer la noticia de que se encontraba con nosotros, Al Shabab emitió un comunicado en el que se le sentenciaba a muerte . Por ello, estamos en negociaciones con el Gobierno de Uganda para que pueda recibir asilo político en este país», asevera Kiyengo. Sin embargo, a la espera de un futuro alejado de la sangría humana somalí, Calishute desconoce que el enemigo se encuentra, curiosamente, tan sólo a unos centímetros de su actual hogar.

Voto de silencio autoimpuesto

«Hace sólo unos días, un soldado acudió de urgencia al hospital tras sufrir un disparo en la cara durante un tiroteo . En su entrada al centro, este militar aseguró pertenecer a las tropas afines al Gobierno de Sharif Sheikh Ahmed; sin embargo, su nombre no aparece en ninguno de los registros de tropas», señala el médico.

Y en la cama contigua a la de Calishute, el implicado -Mohammed Ali Ibrahim-, un hombre que ronda la treintena y que permanece ajeno a la conversación. « Durante la operación para extraer el proyectil, Ali Ibrahim perdió los dos ojos, aunque más preocupante resulta su reciente voto de silencio autoimpuesto , ya que desde que le inquirimos con nuestras dudas sobre su pertenencia a las milicias rebeldes, ha decidido no comunicarse con nadie. Sabemos que habla y entiende inglés, pero es imposible sacarle palabras sobre su pasado», asegura Kiyengo.

«A veces recibimos a ex combatientes desesperados que acuden a recibir tratamiento»

Para el galeno, las circunstancias que motivaron el ingreso de Ali Ibrahim demuestran, de forma palpable, que éste es un antiguo combatiente islamista de Al Shabab; un caso que es más normal de lo que parece: «A veces recibimos a ex combatientes de los grupos islamistas que, en situación desesperada, no tienen más remedio que acudir a recibir tratamiento en nuestro centro».

Pero, encamado ahora con las víctimas de sus antiguos crímenes, el personal del centro médico tomó la decisión de no comunicarle al resto de pacientes que Ali Ibrahim pertenece a las milicias islamistas.

«Aquí nadie hace preguntas y así es mejor. Ya estamos suficientemente desbordados con nuestra situación -el centro tan sólo dispone de 100 pequeños catres- para que tiñamos de política nuestras acciones. Cada nuevo herido que recibimos en el hospital es tan sólo un paciente sin historia. Y como tal debe ser tratado», reconoce el doctor.

Desde que en 1991 se colapsara el sistema político somalí tras el derrocamiento del dictador Siad Barre, cerca de 700.000 personas han perdido la vida en los enfrentamientos librados en el país, primero por los clanes feudales, y ahora por las milicias islamitas. Sin embargo, en «Hope Gate» hace ya tiempo que las heridas del conflicto están destinadas a cicatrizar cama con cama.

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