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Surrealismo nacional

Día 14/11/2010 - 04.48h
Ahora que Berlanga nos ha dejado me pregunto cómo sería la versión actualizada de «La Escopeta Nacional» si el gran cineasta la hubiera rodado 33 años después de que firmara el ácido retrato de aquella España aún rancia y pobretona de la primera época del posfranquismo, el del empresario catalán que viaja a Madrid con su amante para codearse en una cacería con lo más granado de la sociedad del momento, el marqués coleccionista de vello público, la actriz masoquista, el inevitable cura y una serie de personajes absurdos y sin embargo casi tan reales como los de la vida misma de por aquel entonces.
Berlanga, ya cansado, se perdió y nos hizo perder la sátira dedicada a la España del pelotazo y la corrupción de los ochentas y noventas, la que cambió a los banqueros por los marqueses como protagonistas de la vida social, sustituyó a las amantes que acompañaban a los primeros por jóvenes segundas mujeres parejas de los segundos, elevó a los trincones al altar dedicado a la más envidiada picaresca y colocó las expectativas de prosperidad de cualquier pueblo español no en la llegada de los americanos, sino en la del AVE.
De no estar ya anciano y enfermo, Berlanga nos lo habría hecho pasar en grande con sus retratos de nuestro actual país, el empresario catalán quizá sustituido por el nacionalista acérrimo, la actriz de destape por la famosa que pasa sus tardes despellejando a la gente en un plató de televisión, el ciudadano medio discurriendo la forma de sobrevivir en un país que creímos, de forma prematura y precipitada, rico como el que más.
Me sumo, como todo el mundo, a la pena por la desaparición de ese genio del cine, pero en un día como el de hoy me resulta inevitable pasar revista a las posibles escenas de una película tan surrealista como las que él creaba, pero situada en la España de 2010 y pararme a imaginar qué diría en su guión del feminismo made in Bibiana Aído, la cobardía de un Gobierno que no defiende a sus ciudadanos ni siquiera en un país limítrofe, las colas para que Cáritas llene el tazón de sopa de las familias desesperadas, los jóvenes resignados a carecer de futuro laboral. Porque de estar vivo, y en forma, Berlanga les habría retratado convertidos en caricaturas ingeniosas y certeras. Y por lo menos tendríamos así el consuelo de lo que siempre consiguió con su sátira social: hacernos reir.
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