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Las ojeras de la fe

Donde la mayoría de los creyentes se detiene en las fronteras de una duda a partir de la cual sólo es posible un acto de voluntad, el Papa da la impresión de haber convertido la fe en una certeza

REUTERS

ignacio camacho

Donde la mayoría de los creyentes se detiene en las fronteras de una duda a partir de la cual sólo es posible un acto de voluntad, el Papa da la impresión de haber convertido la fe en una certeza.

Las facciones de Benedicto XVI retratan a un hombre de gran intensidad reflexiva, de una espiritualidad concentrada e introvertida. De un pensador más que de un activista.

Ha habido Papas políticos, Papas carismáticos, Papas dubitativos, Papas hieráticos, Papas apostólicos, Papas párrocos, Papas hiperactivos, Papas diplomáticos; Benedicto XVI es el Papa dogmático, el Papa teólogo.

Si hay un rasgo que preside la compleja personalidad de Benedicto XVI por encima de su condición de hombre de Iglesia, incluso de su notable instinto político, es su vertiente de acreditado intelectual y filósofo. Desde mucho antes de su consagración como Papa, Josef Ratzinger era el teólogo más reputado de la ortodoxia católica, cuya producción pensadora merecía el reconocimiento incluso de sus adversarios doctrinales a los que hizo frente desde la Prefectura del Dogma. La encandilada admiración con que lo recibió en Francia en 2008 la muy arrogante intelectualidad gala, epítome de la moderna filosofía europea, retrata a un comprometido ideólogo capaz de sostener a enorme altura el eterno debate entre la fe y la razón incluso en el ámbito de mayor tradición laica. Profundo, complejo e ilustrado, el actual Pontífice no sólo encarna la autoridad dogmática eclesial sino la versión más refinada del pensamiento religioso contemporáneo.

Hasta tal punto ello es así que ese carácter de inteligencia reflexiva merma el carisma emocional de su liderazgo. Tras el huracán de empatía que supuso el Pontificado de Juan Pablo II, Benedicto XVI aparece ante la mayoría de los fieles como un hombre relativamente tímido, intimista, aún desacostumbrado a la escenografía de los actos multitudinarios, más cómodo en el diálogo cultural, en las interpretaciones doctrinales y en la simbología litúrgica que en las grandes representaciones corales a las que obliga el apostolado de masas. Esa cierta distancia emotiva, que va camino de convertirse en un rasgo de estilo, constituye la principal diferencia con su antecesor.

Etiquetado por sus detractores como «el rottweiler de Dios», este Papa parece más bien decantado como un estudioso moralista de rostro atribulado no sólo por los pecados del mundo —y de la propia Iglesia— sino por medio siglo sumergido en la lectura de la sabiduría compilada del Universo y de su historia. Las facciones de Ratzinger, caracterizadas por sus profundas ojeras, dibujan el retrato de un hombre de gran intensidad reflexiva, de una espiritualidad concentrada e introvertida. De un pensador más que de un activista.

La profundidad de su conocimiento filosófico, anclado en las raíces fundamentales de la teología y ramificado hacia la multitud de expresiones del sentimiento religioso en sus vertientes más plurales, convierte a Benedicto XVI en una personalidad intelectual y moral de una seguridad demoledora.

Su aplomo doctrinal es asombroso porque se basa en un conocimiento exhaustivo de las claves de la religión que lo sitúa fuera del alcance de la generalidad. Es un fundamentalista en sentido estricto, un esencialista; en las páginas de su extensa obra teológica —escritas con un estilo de refinada precisión expresiva— se aprecia una convicción tan íntegra y persuasiva que ofrece la sensación de haber descartado toda posible incertidumbre en torno al ejercicio de la creencia; el Santo Padre expone las revelaciones y fundamentos de la fe con el convencimiento esencial de quien parece haber superado mediante la razón las pruebas de contraste de la dialéctica o de la ciencia. En esa demoledora confianza, el filósofo Ratzinger se eleva sobre la normalidad de los fieles y confiere a su doctrina un liderazgo intelectual de alto vuelo que utiliza en refuerzo de su autoridad espiritual como jefe de la Iglesia. Benedicto XVI es el Papa dogmático, el Papa teólogo, el intérprete privilegiado de una de las más ricas tradiciones del pensamiento religioso de la Historia.

Contra el relativismo

De ahí su arriscado combate contra el relativismo, que considera uno de los grandes males de la modernidad por su capacidad para debilitar la estructura moral del espíritu. En su reciente ensayo cristológico aborda la figura del Redentor como símbolo antirrelativista, desautorizando con tanto respeto formal como vigor academicista las interpretaciones parciales del personaje de Jesús para desnudarlo de adherencias sobrevenidas a su condición de Hijo de Dios. En ese libro denso, profundo y compacto, el teólogo se ha armado de la condición de líder moral de una comunidad de creyentes para cerrar el paso con una firmeza hermética a cualquier aproximación a Jesucristo que no contemple su origen divino. Surge así el Papa doctrinal cuyo esfuerzo no descuida el sentido estratégico; en su visión de la Iglesia moderna, B16 contempla el reforzamiento de otras religiones y credos, así como el avance de la concepción laica de la vida contemporánea, y se concentra en blindar al catolicismo con un rocoso soporte filosófico y metafísico que constituye la base de su propuesta de apertura al diálogo ecuménico. Su ofensiva contra el relativismo obedece así a una visión global de la posición del cristianismo en un mundo sometido a profundas transformaciones históricas; más allá del papel teórico del dogma en la conciencia colectiva de los católicos, el Papa pretende delimitar con él las fronteras del universo de su fe.

Benedicto sabe que se puede creer o no creer en Dios y conoce con perfección de experto y respeto de estudioso las cumbres del pensamiento agnóstico, pero su talla de intelectual le permite ofrecerse en ese eterno debate no sólo como un hombre de fe y un guía espiritual sino como un hombre de razón dispuesto a sostener en pie de igualdad sus certezas morales y filosóficas a salvo de cualquier desafío de la inteligencia.

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