La voz y la carne

Arrecia la algarabía cursi contra lo que las mujeres barbudas de «La vida de Brian» llaman «alcalde machista» de Pucela, y las señoritas de derechas contestan que, por lo menos, igual de machista será el alcalde de Pucela que el jefe del movimiento socialista en Madrid, Gómez, que en Parla llamó «cabaretera» a la jefa de la oposición. ¿A dónde vamos con estos aspavientos? Gómez, por si acaso, se ha cortado las patillas, que siempre tienen esa cosa bizarra de Sierra Morena, como de chulo de novela de Manuel Halcón. Mas, al final, todo se queda en ruido y furia, es decir, la vida (política) contada por un idiota, porque a esta polémica del machismo le pasa lo que a los ruiseñores de Lope, que tenían más voz que carne. El amigo progresista de Otegui fue condenado por pegón y todavía no ha salido una sola María de su partido a sacarle una tarjeta roja, que digo yo que más falta habrá en repasar un lomo que en ponderar un morro de mujer. El «agit-prop» ibérico es de muy baja calidad, pero el registrador de la propiedad señalado por el Destino para llevarnos a la Tierra Prometida, Rajoy («si alguien me quiere, decídselo a Rajoy», repite Gallardón como un personaje de tragedia griega), no sabe cómo hacer frente a ese «agit-prop», que por un lado le llama «mariposón», y por el otro, «homófobo», que a ver cómo escapa ahora a semejante «salsipuedes». La chicharra de la corrección política, que dice Gistau, lo tiene achicharrado, lo cual explica los reflejos cada vez más raros de su pelo. Es una chicharra que en España viene de lejos: está en el Buscón, cuando Pablos oye a la ama decir «pío, pío» para llamar a los pollos, siendo Pío nombre de Papa, y por consiguiente, escándalo sujeto a los arbitrios de la Inquisición. En la blogosfera del periódico global en español hay un Pablos que mata el largo rato de la vejez buscando a pobres tontos que griten «pío, pío».