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En la ciudad de las tumbas

El reino de los muertos de Madrid supera al de los vivos. Solo en La Almudena hay más de 5 millones de tumbas y muchos personajes célebres

M. A. ÁLVAREZ

¿Sabía usted que en Madrid hay más muertos que vivos? Solo en el cementerio de La Almudena, originariamente denominado cementerio del Este, inaugurado en septiembre de 1884, existen más de cinco millones de enterramientos a lo largo de sus 120 hectáreas. Es una macrometrópolis, plagada de tumbas, nichos y mausoleos. Pero los que se han ido de este mundo, son muchos más, ya que en toda la ciudad hay 22 cementerios, con lo que la lista de difuntos se multiplica.

La cifra del reino de los muertos de este recinto se acerca a la de la población de la Comunidad, 6,4 millones (de los que la mitad, 3,2, residen en la capital). Además, esta necrópolis está llena de sepulturas ilustres. La mayoría de los madrileños lo ignoran, pero ahí conviven, en paz y armonía, gentes anónimas y sencillas con una vasta colección de celebridades históricas del mundo de la política, literatura, ciencia y artistas. La muerte iguala a unos y otros.

Ahí, por ejemplo, reposan los restos del insigne Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal y de escritores de la talla de Pío Baroja, el también Nobel Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Benito Pérez Galdós o Francisco Umbral. En el capítulo de políticos se encuentran los presidentes de la I y la II República Nicolás Salmerón y Niceto Alcalá-Zamora. Y no son los únicos.

El Nobel de La Almudena

Este mundo triste donde reina el silencio, se pobló ayer de miles de personas que, fieles a la tradición, acudieron a honrar a sus difuntos. El trasiego fue incesante en este camposanto enclavado en Ciudad Lineal, el más grande no solo de España, sino de Europa. A media mañana, en los accesos, se registraron algunas retenciones. Lo mismo ocurrió en la salida a la hora de almorzar.

La afluencia de quienes iban a pie fue también una constante, así como el olor a flores de los puestos de la monumental entrada y el que iban dejando las familias y parejas a su paso con los ramos, macetas y centros recién adquiridos.

En una esquina del cementerio, que mezcla desde elementos modernistas y art decó con los socorridos enterramientos de granito y los abigarrados nichos, junto a los primigenios enterramientos en el suelo con cruces de forja, descansa el primer científico español que obtuvo el Premio Nobel de Medicina, en 1906: Santiago Ramón y Cajal. Sólo los más antiguos y asiduos, con allegados en esa zona, saben de sus existencia, pues en esta megaurbe es imprescindible, si se quiere pasear o curiosear, un plano. Y, aún así, resulta difícil.

La tumba de Ramón y Cajal es sencilla y luce el olvido del paso del tiempo. Un clavel, una piedra y un ramillete de margaritas ajadas están depositadas sobre la austera lápida, rematada por un cruz de piedra en la que no reza ninguna inscripción, salvo las fechas de nacimiento y la de la defunción (1852-1934). Al menos, le recuerdan. La de Benito Pérez Galdós está huérfana y cubierta de polvo. 1

«¡Anda! Si aquí está enterrado el alcalde Enrique Tierno Galván», le dice un adolescente a su madre. «¡Pero si era agnóstico!», replica ella. La tumba, en el suelo, en medio de una zona ajardinada, pasa completamente desapercibida. Eso sí, flores no le faltan. Los restos de Alberto Aguilera, otro regidor de la capital, también reposan aquí, como los de José Calvo-Sotelo o Millán Astray.

La Almudena se habilitó deprisa y corriendo por la epidemia de cólera que asoló la ciudad cuando se estaba construyendo, en junio de 1884. Aúna también el cementerio hebreo y el civil, situados enfrente, que albergan esculturas y mausoleos importantes.

Artistas y toreros

«Yo vengo a rezarle a “La Faraona” y a su hijo, Antonio Flores. Cada vez que vengo a la fosa de mi madre y mi suegro, lo hago», explicaron Manuela y María frente a sus esculturas, situadas junto al mausoleo familiar. Es de los lugares más concurridos, al estar cerca de la entrada, detrás de la capilla. Lo mismo sucede con la del torero José Cubero, «El Yiyo», que pereció en el ruedo, y cuya estatua de bronce «es de las más valiosas del cementerio, no por su valor, sino por el tiempo empleado en fabricarla», a decir de Gabino Abánades, director de la Empresa Mixta de Servicios Funerarios.

No faltan tampoco los monumentos de toda índole. Entre los más concurridos está el de los Caídos de la División Azul, el dedicado a los Héroes de Cuba y Filipinas o la placa en honor a Las 13 rosas, el grupo de jóvenes republicanas fusiladas después de la Guerra Civil.

El recorrido depara epitafios curiosos, tales como: «Fue un varón preclaro y generoso», «Se suplica una oración» o «No llores más por mí». Otros son retirados por molestos u ofensivos, explica Abánades. Es el caso de la inscripción de una hija a su padre: «Casi todo es una mierda, menos tú». «La tradición se sigue manteniendo y calculamos que un millón de personas visitarán hoy (por ayer) los cementerios de Madrid, de las que 400.000 acudirían a La Almudena».

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