ATLETISMO
La factoría del oro keniano
Ganan 150 euros al mes como policías, el trabajo que les permite vivir hacinados en el centro de entrenamientos de «Kibiko», cantera de los mejores fondistas del mundo

La imagen remite con cierta comicidad a una campamento veraniego de bajo coste: hacinamiento en barracones, zapatillas en carne viva y rancho para reponer fuerzas.
Sin embargo, los pobladores de estas «colonias» deportivas, hace ya tiempo que abandonaron la adolescencia.
En la actualidad, en los muros virtuales del centro de alto rendimiento de Ngong —a sólo unos kilómetros de la capital de Kenia, Nairobi— se entrenan algunos de los grandes protagonistas de las mejores marcas del atletismo mundial.
Todos ellos forman parte del selecto equipo de «Kibiko» —ligado a la Policía keniana—, y del que, en tan solo dos años de vida, ya han salido glorias nacionales como el campeón del mundo de maratón, Abel Kirui. Pese a ello, de momento, la lucha diaria de los cerca de 50 atletas —seis de ellos, mujeres—, que cada día duermen y entrenan en «Kibiko», lo cierto, es poco o nada tiene que ver con el glamour Olímpico.
Ni para comprar zapatillas
«Por nuestro trabajo en la Policía keniana, cada uno de nosotros cobra cerca de 15.000 chelines (150 euros) mensuales. Sin embargo, ninguno recibimos un extra por nuestras habilidades deportivas; así que no tenemos dinero ni para comprar zapatillas», asegura a ABC el atleta Paul Maina, de solo 24 años.
Para este especialista en 5.000 metros lisos, que se incorporó a las fuerzas de seguridad kenianas precisamente para obtener un puesto en la elite deportiva del país, el mayor problema del atletismo keniano es la falta de infraestructuras.
«Si tuviéramos las condiciones de la que disfrutan los atletas europeos o estadounidenses, superaríamos con facilidad los actuales récords del mundo, ya que nuestro metabolismo está acostumbrado a entrenar en altitud», asegura Maina, quien reconoce que en un futuro estaría dispuesto a aceptar «una oferta de cambio de nacionalidad» con tal de que le permitieran demostrar su valía.
«En cada Olimpiada y por disciplina, nuestro país sólo puede enviar a tres corredores y, aquí, sobra talento», añade Maina.
Ser policía es el camino
De igual modo se posiciona otro de los corredores, Bernard Kipkorir, de 26 años y una de las mayores esperanzas del país africano en maratón. «Para llegar a ser una estrella mundial ya poco importa la marca personal que tengas, lo básico es lograr un patrocinador que te permita viajar al extranjero para demostrarla», denuncia Kipkorir.
Pero para paliar sueños con escasa perspectiva de futuro, la disciplina diaria resulta básica. No en vano, el equipo es policial. «Con el alba, y antes del desayuno, comenzamos el entrenamiento matutino: 20 kilómetros campo a través. Posteriormente, aquellos que tienen que llevar a cabo labores de patrulla policial se incorporan a su puesto, el resto proseguirá con un entrenamiento similar durante la tarde», reconoce el entrenador jefe, Charles Gitau.
Alejados de sus familias
Mientras, y durante su periodo ocioso, los corredores conviven en dos pequeños barracones con tan solo espacio para situar unas pequeñas literas y un par de duchas comunales. Las seis mujeres que conforman el grupo tienen su propio espacio, aunque de las familias, ni rastro.
«Una vez al mes les damos permiso para que viajen a sus localidades natales, pero es básico que durante su periodo de formación coman, duerman y se entrenen juntos», asegura Gitau, a quien la mayoría de corredores veneran como a «un padre».
Unos atletas, que en su devenir diario sufren maratonianas carreras, pero cuyo futuro apenas se extiende más allá de una decena de metros del centro de alto rendimiento «Kibiko».
Los más afortunados, buscarán la gloria en los Juegos Olímpicos. El resto padecerá un sueldo de por vida de apenas cinco euros diarios. Aunque como reconoce Gitau, no hay que dramatizar el infortunio de los derrotados. «Así, al menos, no tendrán que comprarse nuevas zapatillas».
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