¿Vieron a Zapatero el pasado viernes en la capilla ardiente de Marcelino Camacho? Sonreía sin parar, como si hubiese algo que celebrar. Inmediatamente recordé el némesis del presidente Obama que Guy Sorman mentaba el pasado miércoles en la Tercera de ABC. Es decir, el caso de Velma Hart, la votante negra, madre de dos hijos, veterana de las Fuerzas Armadas y de unos 40 años (es decir, el prototipo de votante demócrata) que espetó al presidente Obama en una TV afín a su partido: «Estoy agotada de apoyarle». Y mientras Obama escuchaba la letanía de quejas de la señora Hart, la miraba con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro. Como si las penurias que habían agotado la resistencia de Velma Hart no fuesen con él. Obama, como Zapatero ante el cadáver de Camacho, ya no escucha lo que le dicen. Y ahí está, probablemente el origen del descalabro electoral que, con toda certeza va a sufrir el 2 de noviembre el Partido Demócrata en las elecciones de mitad de mandato. ¿Es éste el final de Obama? Creo que aún con un resultado catastrófico sería muy pronto para afirmarlo con certeza. Se debilitó a sí mismo imponiendo una reforma del sistema sanitario que la mayoría de sus compatriotas no quería. Ha creado una sensación interna de crisis en la sociedad norteamericana que ha generado la emergencia de un movimiento, el «Tea Party» que, locos coloristas al margen, tiene un gran trasfondo nada ultra.
Obama ha generado condiciones para que surja un movimiento profundamente libertario que busca frenar el crecimiento del Estado y de la burocracia que recortan la libertad y las iniciativas de los ciudadanos. Aún están poco organizados, pero tras el martes quizá cambien. Reagan y Clinton tuvieron grandes derrotas en estas elecciones, pero no engendraron movimientos como el «Tea Party».