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El horror contemporáneo

Día 31/10/2010 - 05.29h
«Estaba a punto de gritarle: “¿No las oye usted?”. La oscuridad las repetía en un susurro que parecía aumentar amenazadoramente como el primer silbido de un viento creciente. “¡Ah, el horror! ¡El horror!”». Quien habla es el Marlowe de «El corazón de las tinieblas», de Joseph Conrad, y cuenta las últimas palabras de Kurtz. Alguien que representa en la excepcional novela la cumbre del progreso europeo en África; alguien que ha decidido, hasta el final, hasta la locura, cumplir ejemplarmente con los objetivos de la empresa belga del caucho a la que sirve.
Es la metáfora, ese Kurtz errático y criminal, de la presencia de los europeos en el Congo a principios del siglo XX. Sí, el sueño del progreso produce monstruos como Kurtz, y todos los Kurtz que, a la llamada del salvaje Leopoldo II de los Belgas, poblaron de sangre el Congo, un territorio ochenta veces mayor que la propia Bélgica. Robert Kennedy, en uno de sus últimos discursos antes del atentado que le costó la vida, se preguntaba: «¿refleja el PIB el bienestar moral de los ciudadanos?».
Y Mario Vargas Llosa, en «El sueño del celta» (Alfaguara), narra, de manera prodigiosa, la historia de quien inspiró a Conrad su novela, Roger Casement, alguien que, fervoroso creyente del santo progreso, viajó al Congo para llevar las tres «c»: cristianismo, civilización y comercio, a gentes que practicaban la antropofagia, la venta de seres humanos y demás, y se encontró que sus colegas de Europa tradujeron las tres «c» en explotación miserable, torturas, mutilaciones, persecuciones, ejecuciones y un sinfin de atrocidades que ahora se pueden ver (las fotografías recogidas en el volumen son espeluznantes) y leer en «La tragedia del Congo» (Ediciones del Viento), gracias a los testimonios del propio Casement, Arthur Conan Doyle y Mark Twain, entre otros. Sí, ¿cómo se mide el progreso en términos de ética?
El horror contemporáneo que describe Conrad, que después se convirtió en las cámaras de gas nazis y los horrores del estalinismo, y la bomba atómica, ahora lo sabemos, gracias a Conrad, a Casement, a Vargas Llosa, había comenzado en África, pero volvería, como un tenebroso boomerang a la propia Europa.
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