SI las encuestas son acertadas, el próximo martes el Partido Demócrata perderá el control de la Cámara Baja y tal vez la mayoría efectiva del Senado en EE.UU. En todo caso, aunque los republicanos no consumaran los avances que se auguran, nada sería ya igual para la presidencia de Obama.
Si los demócratas retuvieran la mayoría, esta sería exigua y no podrían legislar a su antojo como hasta ahora. Si los republicanos, como parece, obtuviesen la mayoría, esta no sería sin embargo suficiente para superar los posibles vetos de la Casa Blanca. Por lo tanto, o se producen pactos o el nuevo Congreso corre el riesgo de la parálisis.
¿Y Obama? La pérdida de la mayoría en la Cámara de Representantes es ya un varapalo a su política; perder también el Senado sería una doble bofetada. Pero así y todo no supondría necesariamente su muerte política. Otros presidentes se han visto en la misma tesitura y han logrado la reelección. El final de Obama vendrá por su incapacidad de presentar resultados a los norteamericanos, en lo económico sobre todo.
Pero si Obama se encuentra con las manos atadas en materia doméstica, el presidente se puede muy bien sentir tentado por apuntarse al carro de la política exterior, donde encontrará menos trabas institucionales. Al fin y al cabo todavía tiene que ganarse el Nobel de la Paz.
Seguro que se retira de Afganistán antes de lo necesario y más que probable volverá a tender la mano al régimen iraní. Pero eso son dos asuntos que le pueden salir mal. Primero porque Afganistán no va a estar estabilizado en un año; y porque el régimen de Teherán tiene pocos incentivos en colaborar con él en estos momentos. Probablemente sus ojos pasen a fijarse en el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Que se preparen los israelíes. Obama solo quiere presionarles a ellos.