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Así es el campamento-protesta de los saharauis

El mar de jaimas en el que miles de saharauis se alzan contra Rabat recuerda a los primeros campamentos de refugiados en Tinduf

EFE

luis de vega

El campamento-protesta surgido hace tres semanas en el Sahara Occidental se ha convertido en una ciudad con miles de vecinos en medio del desierto. No tienen agua corriente ni luz , pero han organizado ya un pequeño gobierno que los representa , un servicio de limpieza, un sistema de vigilancia, las colas alrededor del pozo o la atención a los heridos, según los diferentes testimonios recogidos por ABC a través del teléfono.

Todos lo conocen ya como Gdeim Izik , el nombre de la extensión de arena donde se erige. En este mar de miles de jaimas (tiendas de campaña de los nómadas) medio organizadas en calles están asentadas entre 10.000 y 20.000 personas que demandan, en la mayoría de los casos, mejores condiciones de vida al Gobierno de Marruecos, que detenta el poder sobre este territorio desde que fue abandonado por España en 1975 . Algunos van sin embargo más allá de las exigencias socioeconómicas y elevan sus reclamaciones al plano político, especialmente hacia la independencia .

La estampa –cada día se difunden nuevas imágenes, sobre todo en internet- recuerda a los primeros campamentos de los refugiados saharauis que huyeron del conflicto o fueron expulsados hace tres décadas y que se instalaron en la cercana región de Tinduf (sur de Argelia).

En uno de los espacios que queda entre las viviendas de tela, colocadas a veces al libre albedrío de sus dueños, se celebró el lunes un acto en recuerdo de Nayen Elgarhi , el niño de 14 años muerto la víspera por disparos de los marroquíes cuando trataba de llegar al campamento. Se rezó, se leyeron versículos del Corán y se pronunció un discurso de repulsa. Desde entonces se puede ver a habitantes llevando un trozo de tela negra en señal de luto . Las autoridades de Rabat organizaron en la noche del lunes el entierro sin entregárselo a la familia .

Vigilancia interna y externa

Una de las principales preocupaciones de los habitantes fue la de organizar una especie de Policía que se encarga de la vigilancia interna y externa. Los primeros cuidan de la convivencia entre los vecinos, controlan a los que entran y salen, la presencia de confidentes de las autoridades marroquíes o que no entren drogas en el recinto. Los segundos están especialmente atentos al enorme despliegue de las Fuerzas de Seguridad que mantiene Rabat, rodeando de manera permanente el campamento pocos metros más allá de un perímetro señalado casi siempre por pequeñas piedras colocadas en hilera y donde es frecuente que haya incidentes entre saharauis y las tropas.

Se recopilan incluso los datos de los vehículos y los nombres de las personas que al salir del campamento son arrestados en los controles que hay en dirección a El Aaiún, a una veintena de kilómetros. De Brahim Bilfal y Abdalai Filali, que salieron en un coche Nissan para darse una ducha en la ciudad, no se sabe nada desde la noche del lunes. Con las baterías de los coches en los que la gente va y viene se suelen cargar los teléfonos móviles, convertidos en herramienta esencial de comunicación con el exterior.

Los hombres dan vueltas organizados por turnos o se sitúan en puntos estratégicos junto a pequeñas tiendas de campaña a modo de garitas. Por la noche llevan linternas, que suponen las únicas luces de una ciudad alumbrada dentro de las tiendas casi siempre por velas. En el horizonte ven los faros de los militares y policías que les vigilan.

Pedradas y cortes de cristales

En las últimas horas los agentes marroquíes tratan de que no accedan nuevos vecinos con más jaimas en un aparente intento de que la acampada no se extienda más . Entre los que entran y salen hay un número importante pero difícil de estimar en cifras de heridos. Los hay por las pedradas, cortes de cristales o por accidentes ocasionados cuando los vehículos del Ejército o la Gendarmería marroquí tratan de cerrarles el paso . Casi todos emplean la única zona que hay habilitada como puerta para llegar o abandonar Gdeim Izik, aunque luego muchos optan por alejarse de la carretera asfaltada y van campo a través para evitar los controles.

En una caseta con una ventana y una portezuela de madera se ha instalado un pequeño botiquín, atendido por un enfermero que apenas dispone de unas cuantas medicinas. Esto obliga a trasladar a los heridos más graves al hospital de El Aaiún, aunque algunos optan por volver y cada vez es más frecuente ver a gente tirada en el interior de las tiendas de campaña o paseando con heridas cosidas con puntos de sutura.

Esa misma construcción, que describen como muy rudimentaria, es el punto de reunión de la dirección del campamento , formada por ocho hombres y una mujer que, en ningún caso, figuran entre los activistas saharauis más conocidos en lo que es interpretado como un intento de no significarse demasiado ante las autoridades de Rabat, con las que han llegado a reunirse en varias ocasiones para tratar de poner fin a la protesta.

Servicio de limpieza

La acumulación de residuos con el paso de las jornadas era tal que pronto se organizó también un servicio de limpieza, aunque a veces el viento reinante hace palpable el mal olor.

Hasta un pozo construido en cemento y que es llenado con camiones cisterna se acerca la gente a recoger agua. Se reparten cinco litros diarios por familia, aunque ésta se ve turbia y a menudo para el consumo humano se intenta traer embotellada.

Los alimentos también han de traerse de fuera , aunque el pescado apenas se ve en lata a pesar de la proximidad de la costa –unas decenas de kilómetros- y la carne se aprecia colgada en pocas jaimas y en salazón para que aguante el paso de los días. Lo esencial es el pan, la leche, la miel, el aceite, algo de verduras y, sobre todo, el té con cantidades ingentes de azúcar y hervido con fuego de carbón, como lo preparan los saharauis. En una de las zonas del campamento se ha habilitado además un lugar donde los que más tienen reparten comida a los de menos recursos.

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