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Columnas / AD LIBITUM

El pito de la olla exprés

Ojalá no nos falte el humor de quienes supieron hacer risas de las hambres ya pasadas

Día 26/10/2010
LA sociometría, con cuanto conlleva de pensamiento abstracto, suele aterrorizar a quienes la analizan y buscan en su transversalidad el retrato de su propia situación. La que ayer publicaba ABC certifica el temor mayoritario de que la reforma laboral, planteada por el Gobierno de Zapatero en pleno relevo de su titular de Trabajo, no servirá para mucho. No creará empleo, que es de lo que se trata. Cuantifica ese fundado temor en el sentir del 65 por ciento de los españoles. Cuando los sindicatos de clase no vivían amancebados con el Ejecutivo y no mamaban de la teta presupuestaria; sino que eran dependencias burocráticas de la confusión continua entre Partido, Gobierno y Estado, la esperanza era más fácil. Hoy, la realidad tecnocrática reforzada por una buena consigna mitinera, tanto más cuanto mayor sea su nivel de subversión, tiene el valor tonificante de una quimera, algo menos que una esperanza, pero algo más que una rutina funcionarial.
Alfredo Grimaldos Feito, coleccionista de coplas con sentimiento y sentido, acaba de publicar una Historia Social del Flamenco en la que me deslumbran unas bulerías que consagran el optimismo retrospectivo al modo y manera que, cuando el provechoso desarrollismo de Alberto Ullastres y Laureano López Rodó, convertían en himno vibrante y patriótico el repicar de los garbanzos de Quintero, León y Quiroga con los que Pepe Blanco —no confundir con la imitación— elaboraba su mítico o ignoto, según la generación de cada cual, Cocidito madrileño. Triana Pura sonríe ahora por las calamidades que sucedieron después del cocido de la buhardilla de los cuarenta y los cincuenta y antes de las escaseces que ya nos agarran y aprietan. Podría ser un himno coquinario para cuando descubrimos la estufa catalítica, el seiscientos a plazos y la lavadora: «Mira si estamos contentos,/ que el pito de la olla exprés/ no se para ni un momento».
La idea del hambre, en España, no es remota. Me ha tocado como joven reportero contar las calamidades del botulismo en Galicia, el bocio endémico en los montes del Macizo Central y la inauguración de sanatorios antituberculosos, en toda España. El hambre es la de casa. Tanto que algunos la dicen en femenino sin tener noción alguna de lo paritario y de ahí me llega el susto. Si las medidas de Zapatero para crear empleo alcanzan la mitad de la inoperancia que anunciaba ayer la encuesta del ABC tendremos que volver a hablar del hambre y no como efecto de un plan dietético para lucir una figura más esbelta. Ojalá no nos falte el humor de quienes supieron hacer risas de las hambres ya pasadas y mantenernos, con ello, la moral.
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