Mientras los economistas españoles nos entretenemos adivinando si la actividad económica ha crecido o disminuido un 0,1% en el tercer trimestre, los ministros de Finanzas del G-20 reunidos en Corea han sido incapaces de llegar a un acuerdo de tipos de cambio y lo disimulan con un reequilibrio de poder en el FMI que no ha evitado un cruce de acusaciones mutuas. Los alemanes acusan a Obama de querer devaluar su moneda para pagar menos; los americanos exigen que alemanes y chinos dejen de exportar y proponen limitar el superávit exterior.
La deuda pública y privada española sigue creciendo y suma ya el 291% del PIB. Cifra de junio que no recoge una parte importante de la deuda autonómica y local, por no estar comunicada, registrada o simplemente estar desviada hacia entes parapúblicos. ¿Acaso no acabará siendo deuda pública la ampliación de capital de Spanair que han suscrito Generalitat, Ayuntamiento de Barcelona, Fira e Instituto Catalán de Finanzas? O es que esa compañía puede ser rentable y los inversores privados no se han enterado, cuando rebosantes de liquidez se han lanzado a comprar bonos patrióticos que esos sí son financieramente atractivos porque nadie duda que habrá rescate si es necesario. Por no hablar de la deuda de las administraciones sanitarias con las compañías farmacéuticas o de las empresas concesionarias de servicios municipales.
La deuda es un lastre para la recuperación económica. Como lo es la deuda de EE. UU. y muchos otros países industrializados para la recuperación mundial. Todos los imperios han caído por exceso de endeudamiento y EE. UU. no va a ser menos. España no es un imperio, pero o se toma en serio su problema de endeudamiento y se apresta a corregirlo o veremos un declive gradual pero irreversible. Y no se va a disimular con un dato bien trabajado del PIB en el tercer trimestre.
