El plumero de Rajoy

España es un hervidero progre, y a los progres no se les quita esa alma cursi que se les pone a los perseguidos políticos ya profesionales, es decir, a los profesionales de la política a los que nadie ha perseguido, incluida la franquicia González & Guerra, a pesar de las fantasías del amigo Carmona sobre el paso de la pareja por las ergástulas franquistas. En esta sociedad levítica, los ayes de la cursilería progre no nos dejan dormir la siesta. Ahora están todos contra el alcalde de Valladolid por una forma suya de ver a la ministra Pajín, siendo que la ministra Pajín es progre, y el alcalde, pepero, pues al revés no habría caso, que ahí están los casos de Guerra con Soledad Becerril («Carlos II vestido de Mariquita Pérez») o de Bono con Esperanza Aguirre («Esperanza es de las que besan de día y muerden de noche»). A Eguiguren, y sólo por lo bien que le cae a Otegui, el hombre de paz, lo sacamos del cesto de las cerezas, para que la ministra Angelines y la cinera Bollaín no tengan que hacer el vacío a tanta gente. ¿Cerezas tenemos? En el cerezal televisivo de la Otero dijo una vez Serrat, el de los ripios: «Hay muchas cosas que no entiendo de esta vida, como cuando Copito de Nieve, el gorila albino, tiraba sus excrementos a los visitantes del zoo». A lo que la Otero —«nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan»— contestó: «¡Como Esperanza Aguirre!» Ni la cinera Bollaín ni la ministra Angelines pestañearon en sus femeniles apriscos. Y ahora, de Palas de Rey, viene Pepiño a contarnos lo fácil que es verle el plumero a Rajoy, paisano de Santiago, en cuya Universidad, entre el Apóstol y los apuntes de Romano, al actual ministro de Fomento no lo dejaron pasar de primero de Derecho. Sobre Rajoy ya pendía el «mariposón» de Guerra en Rodiezmo, donde Zapatero, rodeado de mineros ataviados de Tom de Finlandia, rió francamente el chascarrillo guerruno. Feministillas del pan «pringao»: a hacer gárgaras.