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Columnas / EL ÁNGULO OSCURO

Un kéfir monstruoso

En las autonomías los partidos han hallado un vivero para nutrir el crecimiento insomne de sus burocracias

Día 25/10/2010
LOS gráficos que ayer publicaba ABC sobre la evolución del gasto de las administraciones públicas no es que causen preocupación; es que, pura y simplemente, infunden miedo. Como lo infundían los resultados del estudio realizado por EAE Bussiness School, que este mismo periódico divulgaba el pasado martes: más de 9.600 euros le cuesta al año a cada español el sostenimiento de las administraciones públicas. Tales datos nos revelan una realidad angustiosa: vivimos en un régimen confiscatorio, que, en comparación, convierte en privilegio la situación de aquellos pecheros de la Edad Media que tenían que contribuir con diezmos, primicias, gabelas y montazgos al sostenimiento de sus señores. Que aceptemos tal régimen confiscatorio, mucho más ensañado y voraz que cualquier régimen pretérito, sin conciencia siquiera de estar siendo sometidos a una exacción intolerable, demuestra que nos hemos convertido en esclavos; en estólidos y gustosos esclavos, convendría añadir.
Las administraciones públicas se han convertido en un kéfir monstruoso que se alimenta de la sociedad civil; y que, como el kéfir hace con la leche de la que obtiene su sustento, no sólo la deja exhausta, sino también inservible. Un kéfir que no sólo exprime las reservas vitales de la sociedad, sino que la deja descompuesta e inservible para cualquier regeneración, como el kéfir deja la leche convertida en un mejunje agrio e impotable. Los gráficos que publicaba ayer ABC nos confirman que la hipertrofia experimentada por la administración autonómica en los últimos quince años no se corresponde en modo alguno con una atrofia de la administración central. Si la primera ha multiplicado por cuatro su presupuesto, la segunda casi lo ha duplicado. Donde se demuestra que la monserga propalada por la propaganda, según la cual la cesión de competencias a las autonomías «racionaliza» la administración, es radicalmente falsa. Tal cesión de competencias es la argucia diseñada por el sistema para alimentar un monstruo que nunca está ahíto; y que, cuanto más se atiende su voracidad desatada, más hambre padece. Ese monstruo, incontrolable ya, son los partidos políticos.
En las autonomías los partidos políticos han hallado un vivero formidable para nutrir el crecimiento insomne de sus burocracias. Porque, bajo la máscara (ya convertida en mascarada) de la representación popular, los partidos políticos se han erigido en organizaciones diseñadas para el mantenimiento opíparo de unas castas que, como suele ocurrir con todos los organismos parasitarios, no hacen sino multiplicarse. Y que, a medida que se multiplican, amparadas por las estructuras del partido que han hecho de la política un goloso botín cuyo saqueo están dispuestas a convertir en oficio vitalicio, se ofrecen para solucionar los problemas que ellas mismas han creado. Los partidos políticos se han convertido, digámoslo pronto, en la principal oficina de empleo de un sistema que, en lo demás, es una genuina fábrica de parados; una oficina de empleo en la que, además, hallan cobijo los mediocres, los inútiles, los «hijos de papá» que jamás pegaron un palo al agua, toda esa ralea ignara, presuntuosa y resentida cuyos únicos méritos son su desprejuiciada vocación aduladora al líder y su adhesión lacayuna a las consignas partidarias. Y para encontrar acomodo a esa plétora de parásitos hace falta inflar la administración hasta extremos insostenibles: son un kéfir monstruoso que, antes de colapsarse por hipertrofia, nos habrá exprimido hasta la última gota de sangre.
www.juanmanueldeprada.com
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