El optimismo desbordado de los socialistas después de los cambios llevados a cabo por Zapatero en su gobierno me recuerda al de los hinchas que siguen desgañitándose y gritando al unísono eso de «¡a por ellos, oé!», incluso cuando su equipo va perdiendo por 3 a 0. Al mismo presidente le ha cambiado la cara, aunque se le siguen agrandando las ojeras, y ya saca pecho de nuevo para meterse con Rajoy, que era una afición que tenía abandonada desde que parecía resignado a perder las elecciones frente al PP por goleada. Desde las gradas, los suyos se sienten reconfortados: ya no tienen que explicar por qué sigue creciendo el paro, 6 de cada 10 familias no llegan a final de mes, las pensiones están congeladas; estas cuestiones no están incluidas en el listado de lo que Zapatero exige a sus ministros que comuniquen mejor.
Todo el PSOE, incluso la parte que tanto criticaba a su líder hasta hace pocos días, ha comenzado a comprender a su secretario general y acepta de muy buen grado que lo que éste quiere no es comunicar, sino manipular y que para salvarse de la quema de las elecciones municipales y autonómicas hay que huir de la economía y centrarse en el bajonazo contra el adversario. Volviendo al símil futbolístico, si gritan y gritan «¡a por ellos, oé!» no es para motivar a su equipo a que juegue mejor, sino para que sus jugadores comprendan que, a falta de centros bien colocados hacia dentro del área para facilitar los goles, también es posible ganar propinando patadas que retiren del campo por lesión a las estrellas del conjunto contrario.
Tengo ganas de averiguar lo que opina el parado, la pensionista, la familia que acumula deudas en el súper del barrio de las flamantes sonrisas socialistas, aunque, de momento me conformo con presenciar el primer rifirrafe parlamentario entre Soraya y Rubalcaba para poder comprobar como se las maneja el vicepresidente para salir mencionando a la Gürtel, como es su costumbre, cuando su adversaria le pregunte por la congelación de las pensiones. Me temo que lo conseguirá. Le hemos visto ya criticar al PP desde la sala de prensa de La Moncloa, obviando la tradición de no mezclar al Ejecutivo en la lucha partidista y saltándose la norma democrática que exige al Gobierno dedicarse a gobernar en lugar de atacar a su oposición. Sin remilgos. A por ellos. Oé.
